El mayor problema del
hombre, como de las naciones, es la independencia. ¿Se puede resolver? Lo que
poseo parece ser mío, pero soy poseído siempre por aquello que tengo. La única
propiedad incontestable debería ser el Yo, y, sin embargo, aquilatando bien,
¿dónde está el residuo absoluto, aislado, que no depende de nadie?
Los demás participan,
ausentes o presentes, en nuestra vida interior y externa. No hay manera de
salvarse. Aun en la soledad perfecta me siento, con espanto, átomo de un monte,
célula de una colonia, gota de un mar. En mi espíritu y en mi carne hay la
herencia de los muertos; mi pensamiento es deudor de los difuntos y de los
vivientes; mi conducta está guiada, aun contra mi voluntad, por seres que no
conozco o que desprecio.
Todo lo que sé lo he
aprendido de los demás. Cualquier cosa que adquiera es obra de otros, y ¿qué
tiene que ver que la haya pagado? Sin el operario, sin el artesano, sin el
artista, estaría más desnudo que Calibán o que Robinsón. Si quiero moverme
tengo necesidad de máquinas no fabricadas por mí y guiadas por manos que no son
mías. Me veo obligado a hablar una lengua que no he inventado yo mismo; y los
que han venido antes me imponen, sin que me dé cuenta, sus gustos, sus
sentimientos y sus prejuicios.
Si desmonto el Yo
pedazo por pedazo, encuentro siempre trozos y fragmentos que proceden de fuera;
a cada uno podría ponerle una etiqueta de origen. Esto es de mi madre, esto de
mi primer amigo, esto de Emerson, esto de Rousseau o de Stirner. Si realizo a
fondo el inventario de las apropiaciones, el Yo se me convierte en una forma
vacía, en una palabra sin contenido propio.
Pertenezco a una
clase, a un pueblo, a una raza; no consigo nunca evadirme, haga lo que haga, de
unos límites que no han sido trazados por mí. Cada idea es un eco, cada acto un
plagio. Puedo arrojar a los hombres de mi presencia, pero una gran parte de
ellos seguirá viviendo, invisible, en mi soledad.
Si tengo criados,
debo soportarlos y obedecerles; si tengo amigos, tolerarles y servirles, y los
dineros quieren ser guardados, cultivados, protegidos, defendidos. Potencia
equivale a esclavitud. Nada en realidad me pertenece. Las pocas alegrías que
disfruto las debo a la inspiración y al trabajo de hombres que ya no existen o
que nunca he visto. Conozco lo que he recibido, pero ignoro quién me lo ha
dado.
He conseguido reunir
algunos miles de millones. No lo habría podido hacer si millones de hombres no
hubiesen tenido necesidad de lo que les podía vender, si millones de hombres no
hubiesen inventado las fórmulas, las máquinas, las reglas sobre las cuales se
funda la vida económica de la tierra. Abandonado a mí mismo, habría sido un salvaje,
un comedor de raíces y de perros muertos. ¿Dónde está, pues, el núcleo profundo
y autónomo en el que ningún otro participa, que no ha sido generado por ningún
otro y que pueda llamar verdaderamente mío? ¿Seré, en realidad, un coágulo de
deudas, la esclava molécula de un cuerpo gigantesco? ¿Y la única cosa que
creemos verdaderamente nuestra -el Yo- es, tal vez, como todo lo demás, un
simple reflejo, una alucinación del orgullo?
Giovanni Papini. Gog en Gog.
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