viernes, 19 de febrero de 2016

Conclusiones de "Muerte y Búsquedas de Inmortalidad"

Hablar sobre la muerte es enfrentarse al enigma fundamental de la existencia humana, no porque el proceso biológico de descomposición del cadáver resulte incomprensible en sus mecanismos naturales, sino por la incógnita sin solución que tal desenlace le plantea a la conciencia, al ver en ello el inevitable absurdo de toda vida, por el hecho de estar siempre destinada a desaparecer. Sin embargo, precisamente a partir de ahí surge la porfiada y universal intuición humana de que la vida debe tener sentido y, por lo mismo, la muerte, como aniquilación del yo, no puede constituir la última palabra de la existencia, sino que debe poder ser el "umbral de entrada" a al realidad de un "más allá" que pueda dar sentido a los cuestionamientos más fundamentales del "más acá".

Resulta notable constatar cómo el ser humano, desde el comienzo de su historia y a lo largo de ella, se ha centrado en el problema de la muerte, proyectando siempre, de diversas formas, la esperanza en un "Más Allá", ya sea en la forma heroica de Gilgamesh, recorriendo arduos caminos para llegar aun desenlace frustraste frente al destino "mortal", o abriéndose a la esperanza con el mito de la fertilidad asociado a Ishtar y Tammuz, que culmina con un canto de vida primaveral: "puedan los muertos levantarse para oler el incienso". En otro contexto, se buscan mediaciones por medio de las cuales garantizar el acceso a la "vida inmortal" de los dioses, gracias a rituales mágicos con los cuales poder forzar la entrada a lo desconocido, tal como lo practicaban los antiguos egipcios en sus rituales mortuorios.

Pero, sin duda, las búsquedas más notables de inmortalidad se encuentran en los "cultos mistéricos", cuyos prototipos más antiguos son el de la muerte y resurrección de Osiris, en Egipto, y el descenso-ascenso de Istahr y Tammuz, en Mesopotamia. Grupos humanos de diversas culturas buscaban vincularse a mediadores míticos que morían y resucitaban, o que descendían al Hades para salir después de él, garantizando así el ciclo de fertilidad de la tierra y de los animales, como también el acceso a la inmortalidad para los "iniciados" que hubieran participado en estos cultos. Esa "iniciación" podía a veces ser meramente "ritual", o implicar también formas de comportamiento ético que condicionaban el éxito del acceso al Más Allá y, por lo mismo, la eficacia del "rito mistérico". Sin embargo, la ética era a menudo sustituida por formas rituales estrictas, cuyo cumplimiento garantizaba el logro de la inmortalidad deseada, o bien iba asociada a posibles "reencarnaciones" que permitieran ir avanzando progresivamente, en vidas sucesivas, hasta llegar al Descanso definitivo del alma en los Campos Elíseos, ya sea bajo tierra, o en espacios celestes situados en la luna o en las estrellas.

Pudimos ir siguiendo las vieras formas en que, con una fuerza a menudo orgiástica, se expresa esa búsqueda desesperada de inmortalidad. Ritos misterios vinculados a los procesos de fertilidad de la tierra y de los animales, los cuales, celebrados en medio del "éxtasis" etílico y sexual, pudieran garantizar la sobrevivencia, gracias a la vitalidad del grano que, una vez podrido en el seno de la tierra, surge en forma de espiga, para ser de ahí arrancado y pisoteado hasta convertirse en harina molida, para alimento de otros vivientes. O bien, ritos o también a actos de castración (Attis), que, paradójicamente, puedan ser capaces de garantizar nueva vida, por la fuerza inherente al acto "sacrificial" mismo.

Dentro de ese esquema "pascual" se ubica el núcleo de la tradición cristiana, con su anuncio kerigmático (muerte-resurrección, así como descenso y ascenso) y la actualización cultual, de ese acontecimiento anunciado, en el Bautismo ("iniciación") y la Eucaristía (anamnesis). Ello convierte al cristianismo, desde el punto de vista de la historia de las religiones, en una religión del tipo "mistérico". Sin embargo, el origen de esa "fe pascual", que constituye la esencia del cristianismo, tiene sus raíces en el mismo contexto arameo palestino en que vivió Jesús de Nazaret. El desenlace cruento de su vida, "crucificado bajo Poncio Pilato", determinó inicialmente la dispersión de sus discípulos, frustrados por el fracaso del Maestro. Pero súbitamente éstos superaron el impacto, siendo capaces de salir a la calle e iniciar el anuncio del kerygma y de su celebración. De esta manera nació un "culto mistérico" nuevo,  pero, a ella vez, novedoso por su origen a partir del acontecimiento histórico de la muerte cruenta de Jesús de Nazaret, a quien sus discípulos confiesan haber "visto" resucitado, dando esa experiencia como razón profunda de su fulminante transformación, de ignorantes y cobardes, mientras vivieron con Jesús, en lúcidos y valientes, una vez que éste hubo muerto.

San Pablo recoge, en sus cartas, las "fórmulas kerigmáticas" que estos discípulos habían ya elaborado antes, cuando Saulo era un perseguidor, airado precisamente contra la fuerza que esos pobres discípulos mostraban en su predicación; pero, después, empacado él también por su propia "visión" del Resucitado, cambia radicalmente de actitud y se transforma él mismo en predicador de ese "misterio pascual" cristiano (apóstol). Su monoteísmo estricto de fariseo lo llevaba a considerar todo oculto "pagano" como obra de los demonios, sin embargo, el cambio experimentado por su experiencia personal del "Resucitado" transformó su vida y su mentalidad en forma radical, convirtiéndolo en un incansable predicador del kerygma cristiano.

Así, pues, resulta imposible que Pablo haya originado esa fe pascual a partir de los cultos mistéricos paganos, por el hecho de que las "fórmulas kerygmáticas" que él recoge en sus cartas, son todas ellas "prepaulinas". Por otro lado, su postura fariseo antipagana lo hacía también reacio de entrada a servirse de esos "cultos mistéricos" paganos para reinterpretar su experiencia religiosa, ahora cristiana.

La influencia mitificara de los "cultos misterios" paganos sobre la pascua cristiana solo pueden haberse producido más tarde, aun cuando esos cultos estuvieran presentes en ella ambiente cercano a la Palestina de la época de Jesús, debido a que los sencillos iniciadores de la fe cristiana eran ajenos a esa influencia, dependiendo totalmente de la enseñanza sinagogas y de la innovación planteada por su maestro indiscutible, Jesús. Y Pablo, por su parte, entra en escena cuando ya el kerygma está siendo predicado y celebrado en Palestina por la comunidad prepaulina. Por otro lado, tampoco el impacto original imperial, puesto que el apoyo del poder de Roma vino precisamente debido a la constatación de aquella fuerza impactante presente en los primeros cristianos, la misma que había hecho cambiar radicalmente de opinión y de actitud a Pablo. Es, pues, precisamente en ese impacto inicial, que está en la base de la primera predicación del kerygma y de su primera celebración eucarística, donde radica el enigma del origen del cristianismo, así como el carácter exclusivo de su fe, con respecto a los demás cultos mistéricos.

Pero ese kerygma es experimentado por sus fieles cristianos como un don incondicional que responde únicamente al designio gratuito de Dios, quien ha querido otorgar al hombre el acceso a su propia vida divina por mediación de Jesús, con quien Dios mismo se identifica personalmente, para que todo ser humano pueda, por medio de él, acceder a la inmortalidad, propia y exclusiva de Dios. La conciencia del carácter exclusivamente gratuito (don) del acceso a la vida inmortal desvinculó el culto pascual cristiano de la perspectiva mágica, así como lo llevó a ubicar la ética no como causa de ese desenlace inmortal, sino como consecuencia de la conciencia de la gratuidad de ese don, si bien las tendencias pelagianas y mágicas estarán siempre acechando como una constante tentación en la historia del cristianismo, desde sus mismos inicios hasta el día de hoy.

La fuerza imponente de las búsquedas humanas frente a la muerte, a veces brutales en sus formas, como lo es la misma muerte de que ahí se trata, hace que su seguimiento histórico resulte apasionante, al constatar la pluriforme búsqueda titánica del pobre ser humano enfrentado, como porfiado Sísifo, a su destino trágico y, aún así, luchando contra él con todos los medios disponibles a su alcance, puesto que Uno itinere non potest perveniri ad tam grande secretum.

Pero esa búsqueda heroica puede transformarse también en una poderosa "iluminación" del espíritu humano, capaz de experimentar, así, como el descanso (requietio) en la esperanza tranquila de saberse objeto de un designio divino de gracia incondicional, que lo mantiene y lo mantendrá siempre abierto al futuro de la Vida.

Aportes propios del misterio cristiano a la reflexión sobre la muerte

En primer lugar, lo más notable que se destaca en la vivencia espiritual del primer cristianismo es su experiencia de la gratuidad de la salvación dada a través de la muerte y resurrección de Jesucristo. El antecedente judío que señalamos en el texto del "Siervo Sufriente" de Isaías contiene ya esa vivencia, al señalar:

"Todos nosotros andábamos como ovejas errantes, cada uno marchando por su propio camino, y Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros" (Is. 53,6)

Es decir, la salvación de Dios irrumpió, no como consecuencia de búsqueda humana alguna ni de méritos previos, sino motivada por el designio mismo de su Gracia Incondicional, como acto primero y no como respuesta a acción humana previa alguna. Dios irrumpió salvíficamente, cuando "todos nosotros estábamos en otra". Por lo mismo, la fe kerigmática, así como la celebración cultual del "rito eucarístico" que actualiza la Pascua cristiana, haciéndola "contemporánea" a todo hombre y mujer que lo celebre, en la fe, a lo largo de la historia, no constituye un recurso "mágico", por medio del cual el hombre haga lo suyo el poder divino vivificante del Jesús que murió y resucitó "por nosotros". No es un recurso que, gracias a estar iniciado en él, dé al creyente un "control" automático sobre ese poder divino. Dicho en otros términos, no se trata de un rito "mágico", sino de una celebración "sacramental". Lo cual implica que quien lo celebra está inserto en la fe de la comunidad eclesial que o ha transmitido, a partir del acontecimiento pascual mismo. Así, pues, en la misma celebración está contenida la experiencia de gratuidad universal. En este sentido, el concepto bíblico de misterio, señalado antes, tanto en las tradiciones apocalípticas, como en Qumram, en la tradición sinóptica y en la paulina, acentúa precisamente esa connotación de gratuidad universal del designio salvífico divino. Por lo mismo, no es como efecto de la fe de la Iglesia que la Fe pascual y el Sacramento (Bautismo y Eucaristía) da la salvación y es "garantía de resurrección" para quienes participan en él (Jn 6,54 y 58), sino que, por medio de ella, actúa el don gratuito de Dios. Lo cual, precisamente, hace posible que ese don (Gracia) pueda actuar también salvíficamente en todas las personas que honestamente no participen de esa fe de la Iglesia y de su sacramentalidad explícita.

En segundo lugar, esa misma experiencia radical de gratuidad, presente en la inspiración originaron de la fe pascual cristiana, conlleva la exclusión de las hipótesis de "reencarnaciones", que se encuentran en los diversos cultos misterios, así como en determinadas formas de "cristianismo" de tipo gnóstico. Precisamente porque es Dios quien gratuitamente ofrece el acceso a su realidad divina de Vida inmortal, y ésta no se logra como resultado automático de la fe pascual y de los ritos litúrgicos que la celebran, la esperanza en la "resurrección de la carne" se funda en el designio divino, revelado en el rostro de Jesús "extravertido" totalmente por los demás, que quiere comunicar su Vida a todos los seres humanos, debido a que su propia esencia es extroversión misericordiosa. El acceso a la Vida divina no puede lograrse por ningún medio, ni cultural ni religioso, si no es Dios mismo quien lo da por Gracia. Y siendo éste el designio de Dios, no se requieren reencarnaciones de ningún tipo, para llegar finalmente a conseguirlo como resultado de "ascesis" o "yogas" progresivos. Ésa fue la razón del rechazo de la comprensión gnóstica, así como de las tendencias posteriores del "pelagianismo" y de los diversos tipos de "puritanismo cátaro", por parte de la misma dirección magisterial de la Iglesia.

Sin perjuicio de lo anterior, la fe pascual propia del cristianismo primitivo nunca tuvo atisbo alguno de los elementos orgiásticos, oemofágicos o de ritos sexuales de fertilidad, que abundaban en los cultos mistéricos. Es interesante señalar como, en el nivel de redacción del Evangelio de Juan, se destaca el carácter "simbólico" y no "carnal" del rito eucarístico, aun cuando la afirmación inicial podría prestarse a una comprensión "omeofágica".

Aportes propios del misterio cristiano a la reflexiono sobre la muerte

Muerte sumeria


La forma de "sobrevivencia" en el país de los muertos, denominado la tierra sin retorno, tiene características similares a las de ciertas culturas primitivas. Los espíritus de los difuntos permanecen un tiempo "vagando" cerca de sus tumbas y necesitan de la atención de los vivos, que deben aportarles alimentos y, sobre todo, agua. El descenso a la tierra sin retorno tiene siete puertas sucesivas que se cierran, una vez que se han traspasado y, cruzado su dintel, el difunto es despojado de todas sus vestiduras. Se visualiza como un lugar de polvo y agua salobre. Los muertos permanecen para siempre ahí, todos por igual; sin embargo, había la creencia de que los vivos, por medio de ofrendas mortuorias, podían influir para que sus deudos tuvieran un mejor trato.

No parece, en cambio, que los mesopotámicos concibieran relación alguna entre la forma de vida, buena o mala, que el difunto hubiese llevado en la tierra y su permanencia sombría en la tierra sin retorno, donde todos recibían la misma sentencia de encierro eterno, de parte de los dioses de los muertos, que ahí regían, Nergal y Ereshkigal".

Antonio Bentué (2002) en Muerte y búsquedas de inmortalidad. 

El juicio final egipcio y su moral

El ritual del juicio consiste en un verdadero interrogatorio, en el cual intervienen los dioses Anubis y Tot, como inquisidores principales, y los cuarenta y dos dioses, a cuyas preguntas debe contestar el alma del difunto, acompañada por Maat, como su abogada e introductora.

Una vez superado el breve interrogatorio inicial, en que Anubis le pregunta los nombres de las diversas partes del portón de acceso a la sala del juicio, interviene largamente el difunto para declarar su propia inocencia con respecto a los pecados ahí enunciados. Los criterios de moralidad ahí establecidos acentúan sobre todo dos tipos de faltas: contra el culto a los dioses y contra el buen trato a los semejantes.

He aquí algunas de sus confesiones:

"No he cometido iniquidad contra los hombres.
No he maltrato a la gente...
No he blasfemado contra Dios.
No he empobrecido a un pobre en sus bienes.
No he inculpado a un esclavo ante su patrón...
No he hecho pasar hambre a nadie.
No he hecho llorar a nadie,
no he matado a nadie.
No he sacado ofrendas alimenticias de los templos.
No he ensuciado los panes de los dioses.
No he sido pederasta.
No he fornicado en los lugares santos del dios de mi ciudad.
No he falseado el peso de la balanza.
No he quitado la leche de la boca de los recién nacidos.
No he privado de su pasto al ganado.
No he colocado un dique para retener el agua corriente.
No he puesto obstáculo a la procesión de un dios.
¡Yo soy puro, yo soy puro, yo soy puro, yo soy puro!...
No me llegará el mal en esta sala de los dos Maat, puesto que yo
conozco el nombre de los dioses que en ella se encuentran".

Antonio Bentué (2002) en Muerte y búsquedas de inmortalidad. 

jueves, 18 de febrero de 2016

Los que han muerto, nunca están ausentes

Los que han muerto no están nunca ausentes,
están en la sombra que se aclara
y en la sombra que se hunde en la oscuridad.
Están en el árbol que resuena,
están en el árbol que se queja,
están en el agua que rebosa.
así como el agua que, dormida, cierra sus ojos;
están en la choza y en la barca.
Los muertos no están muertos.
Los que han muerto nunca están ausentes.
Están en los pechos de la mujer,
están en el niño de su vientre,
están en la aventura que nace.

Jahn Mutu (1970) en las culturas de la negritud.

Primeros ritos mortuorios y la creencia en el ánima

Mientras no hay conciencia, el viviente mortal solo se preocupa de vivir, sin plantearse el problema de la muerte; pero, al emerger conciencia, surge la inquietud sobre la muerte, cuya previsión angustia al ser humano.

Sin embargo, esa angustia aparece de inmediato "controlada" por la convicción de que quien muere tiene en sí mismo un poder personal inherente a su cuerpo, que le permite sobrevivir más allá de la muerte y de la descomposición corporal que ella obviamente implica. De esta manera, los primeros vestigios claros de existencia humano que han podido ser mejor estudiados, los del "Sinántropo" (conocido también como "Homo Pekinensis") van vinculados a rituales mortuorios presentes junto a los restos del difunto, en el período del Pleistocene Medio chino (hace unos 5000.000 años). Lo mismo ocurrieron los restos, contemporáneos a los anteriores, encontrados en la isla de Java y conocidos como el "Pitecántropo erecto" (u "hombre de Java"). Em ambos casos aparece la evidencia de que al difunto se le había cortado la cabeza y le habían hecho un orificio en su parte occipital. Este mismo fenómeno mortuorio se encuentra verificado, mucho más tarde, en los restos funerarios descubiertos en diversas partes de Europa, en los numerosos esqueletos humanos del tipo "Neardenthal" (correspondientes a unos 100.000 años de antigüedad). En todos ellos, la decapitación del muerto, así como el orificio en la parte occipital del cráneo, lleva a concluir que le habían extraído el cerebro por ese hoyo, para comérselo en un banquete ritual, manteniendo además el cráneo como trofeo".

Esta práctica da probablemente el verdadero significado antropológico del canibalismo. Los primitivos no se comían a sus víctimas humanas por razones de mera alimentación, sino debido a que consideraban que en ellos había un poder que deseaban asimilar, ya sea para arrebatárselo con violencia, o bien, para tenerlo controlado o prolongarlo después de su muerte. En ambos casos, la muerte de estos personajes, cuyo cerebro era comido por otros, muestra la creencia de que hay algo en el ser humano que sobrevive a su muerte. Esa misma convicción se encuentra sin duda también presente en las tumbas de la época del Paleolítico Superior (hace unos 70.000 años), en la región francesa de Dordogne ("hombre de Cromagnon") y de la frontera italiana de Ventimiglia ("hombre de Grimaldi"). En éstas, aparecen los esqueletos con abundantes conchas marinas adornando sus cráneos, así como pintados sus huesos de color ocre rojizo. Sin duda, ambos elementos constituyen símbolos de la fuente de la vida. Y el hecho de enterrar a los difuntos con ese doble simbolismo muestra la creencia de que el difunto podía acceder a una nueva vida después de su muerte, volviendo a salir del seno de la madre, significado por las conchas marinas con que se los sepultaba. Esta asociación de la muerte con el símbolo femenino de fertilidad será frecuente en todo el período prehistórico, así como a lo largo de la historia de las religiones.

La evidencia constante sobre las creencias primitivas relativas a la muerte permite concluir que siempre el ser humano creyó en que los difuntos accedían a otra forma de vida. Para asegurarla mejor, y a la vez, hacérsela más fácil, se acompañaban los restos sepultados o incinerados del difuntos con elementos simbólicos de fertilidad (conchas) o de vida (ocre rojo, semejante a la sangre), además de utensilios y alimentos para que tuviera lo necesario en ese viaje al mundo de los muertos. De ahí que, junto a los restos del esqueleto humano, frecuentemente se hallen también huesos de animales, que probablemente fueron consumidos, en una especia de "banquete" mortuorio de comunión, dejando partes del animal enterradas junto a los restos del difunto para su alimentación en el más allá, de manera que el espíritu del difunto permanezca tranquilo en su nuevo lugar de reposo o de sobrevivencia  no siga "vagando" entre los vivos, reclamando, a sus antiguos familiares o amigos, el cumplimiento de algún deber ritual que no se le realizó adecuadamente.

Para los primitivos  no parece existir la idea de la "nada". Lo que ha  vivido, tendrá siempre que seguir viviendo, de una forma u otra. Esta dimensión del viviente, capaz de permitirle sobrevivir, más allá de la forma de vida que haya tenido en este mundo, es lo que generalmente llamamos "ánima", que el primitivo concibe como una sustancia invisible, semejante a la materia aérea, con ubicación concreta en el cerebro (de ahí que se lo coman, para asimilar su "ánima" poderosa); y que necesita conductos de entrada y salida, como son la nariz y la boca; además, puede usar los pies para escapar o "vagar" por otros lados. Por eso, se dan casos en que se colocan una especia de anzuelos amarrados a la nariz, al ombligo y a los pies de un enfermo, para que su "alma" no se escape del cuerpo, dejándolo muerto. El "anzuelo", o el "cepo" es de uso frecuente en la magia curandera para evitar la muerte del enfermo, o bien, si éste muere, para amarrar su alma, de forma que regrese al cuerpo de donde intentó escapar. Incluso a veces se considera que el "ánima" de una persona puede abandonar su cuerpo por un tiempo sin causarle la muerte, aunque es necesario que se le haga regresar lo antes posible, para evitar esa muerte definitiva.

En muchos pueblos primitivos el cadáver era incinerado. Y la destrucción del cuerpo por el fuego ha podido contribuir a la creencia en esa "ánima" separable del cuerpo, donde habita temporalmente, y que asciende al cielo junto al himno que emana de la incineración del cadáver.

El origen de la creencia universal en un "ánima" inherente al cuerpo vivo ha sido estudiada sobre todo por E.B. Tyler. Según él, provendría, en primer lugar, de las experiencias del sueño y de los estados extáticos. Al soñar o tener "voladuras", uno experimenta como si estuviera en otros lados e hiciera diversas actividades, a veces con fuerte impresión de realidad. Luego, al "volver en sí", o "despertar", de da cuenta de que cuerpo sigue donde estaba antes de esa impresión de escape. De ahí habría surgido la convicción de una realidad, presente en uno mismo, capaz de desvincularse del cuerpo para regresar después a él, o eventualmente para no volver a incorporarse de nuevo.

La muerte es, así vista como la salida sin regreso del "ánima", la cual puede quedar "vagando" en forma inquieta, por incumplimiento de algún requisito ritual que no le permite acceder al mundo del más allá, o bien puede ir a "animar" otro cuerpo (transmigración o reencarnación) (en esta creencia en ánimas, separadas de su cuerpo por la muerte, se funda otra forma de animismo, denominado "espiritismo", por medio del cual se pretende entrar en contacto "evocándolo", con el "espíritu" de un determinado difunto o antepasado.

La vinculación entre muerte y fertilidad, que ya señalé antes, al constatar el entierro primitivo de los muertos, adornándolos con conchas marinas y pintándolos con ocre rojo para asegurar su nuevo "nacimiento" a otra forma de vida, tiene también a veces un significado "sacrificial". La muerte cruenta del difunto es usada como mediación para impetrar, de los poderes de la naturaleza, la fertilidad de los animales. Así, en las culturas matriarcales primitivas se ofrece a la "madre de la tribu", o a la "vieja luna", la sangre del difunto, todavía fresca o, incluso, su corazón palpitante, los pulmones, el hígado, u otro órgano de su cuerpo. También se sacrifican a veces cuerpos de prisioneros, para el mismo fin.

Este mismo significado puede estar, según lo postula E. Durkheim, el origen del totemismo, al identificar el ancestro o fundador del clan con determinado animal: el tótem del clan. El ánima del ancestro, como padre protector del clan, lo protege para que nunca falte a sus miembros la caza para alimentarse. Pero ahí el "sacrificio" para garantizar mejor la abundancia de las presas y, por lo tanto, su fertilidad, tiene una forma distinta. Los miembros del clan se abstienen de cazar y comer el propio animal tótem, en el cual está "encarnado" el espíritu del ancestro o padre protector. Se da, así, la experiencia primitiva denominada "tabú"; es decir, el poder del ancestro muerto, pero encarnado en el animal "tótem", es temido, puesto que si se transgrede la prohibición de abstenerse de su casa, podría su espíritu ser afectado en su tranquilidad y ello provocar la infertilidad de los animales. Debe cumplirse, pues, con el tabú, absteniéndose de cazar el animar tótem, para evitar, que, con la transgresión del tabú, quede afectada la sobrevivencia del clan, al verse amenazada la abundancia y la fertilidad de las presas de caza.



Antonio Bentué (2002) en Muerte y búsquedas de inmortalidad.

La ilusión del marketing sobre la muerte

De esta manera en nuestra cultura occidental, marcada, en el meollo de sus países desarrollados, por el "marketing" en función del consumo siempre creciente de la sociedad del bienestar, la muerte parece haber sido domesticada. Resulta especialmente significativa la forma misma de hacer propaganda a los cementerios. La palabra muerte no sale para nada en ese "marketing" mortuorio. En su lugar, se emplean formas eufemísticas para insinuar el tema sin aludir a la muerte. Se ofrecen "parques del recuerdo", "jardines olímpicos"... Todo parece ser únicamente vida. El producto anunciado consiste en "algo" que tiene que ver con una forma de vida más confortable, de tal manera que quien adquiera ese especial "producto del mercado" podrá olvidarse del problema de la muerte y vivir tranquilo en su deliciosa seguridad familiar.

Antonio Bentué (2002) en Muerte y búsquedas de inmortalidad. 

Situación del hombre en el mundo

¿Cuál es esa vivencia básica que determina nuestra situación en el mundo? Es la que surge de la triple coordenada con la cual se teje nuestra existencia: muerte, vida y convivencia.
Nacemos y nos encontramos en la vida llevados constantemente por un deseo. La vida se sustenta espontáneamente en un puro deseo de satisfacción egocéntrica. La “guagua” no puede soportar que su deseo no sea cumplido. Confunde la realidad con su propio deseo; esa realidad debe someterse siempre a un impulso egocéntrico de satisfacción. Esa estructura espontánea del ser humano recibe, en psicología profunda, el nombre de narcicismo.
Ahora bien, el tiempo en que podemos mantener con cierta tranquilidad nuestro narcisismo es corto: el período intrauterino o fetal – que constituye el sueño paradisíaco del deseo narcisista –, y quizás los dos primeros años de vida. Pero, en seguida, la realidad ajena a nuestro deseo espontáneo comienza a hacerse sentir con fuerza. Ya el mismo acto de nacer constituye la primera gran frustración del deseo. Debemos renunciar a la pura pasividad fetal y afrontar el mundo, con su oposición a nuestro deseo narcisista. Por eso el ser humano nace llorando. (…)
EL PROBLEMA DE LA MUERTE
El deseo egocéntrico de satisfacción es, antes que nada, deseo de vivir. Ahora bien, la existencia nos impone un límite absolutamente insuperable y frustrante del deseo: la muerte.
El obstáculo de la muerte se nos hace más patente en determinadas circunstancias (muerte de los seres más queridos, peligros graves de la propia muerte…). En esas situaciones la vida llega a achicarse tanto, que nos parece como si todo se muriese a nuestro alrededor. Todo se ensombrece y parece inconsistente. Cuántas veces hemos oído hablar de enamorados que, al separarlos la muerte, se suicidan o se sienten absolutamente incapaces de seguir viviendo, puesto que todo se ha muerto para ellos. Esta sensación puede parecernos irreal y debida a los “nervios”; sin embargo, en el fondo nos hace experimentar el problema radical de la muerte. ¿En qué consiste esa radicalidad del problema? En lo siguiente: el hombre se encuentra en la existencia como el único consciente. Esa conciencia lo hace precisamente hombre o mujer. Vive y sabe que vive. Este privilegio lo convierte en el único viviente absolutamente de una conciencia para tener sentido y ése es el hombre; por eso es el “rey de la creación”.
(…) El hombre, si bien es el único que sabe que vive, también es el único que sabe que va a morir. Esa conciencia hace del hombre el más desgraciado de los vivientes, puesto que es el único que conoce la frustración como ley básica de la existencia. Pero, además, esa situación convierte su existencia en un posible absurdo. En efecto, si bien solo él es capaz de dar sentido a todo, gracias a su conciencia, en cambio él mismo se encuentra amenazado por el fin de su conciencia dadora de sentido. (…)


EL PROBLEMA DE LA VIDA
La muerte es, sin duda, el principal problema de la vida. (…) Sin embargo, la vida constituye también un problema fundamental en sí misma. Tanto es así que una vida sin muerte podría constituir para muchos, o quizás para todos, un problema mayor que el que plantea la perspectiva de morir. En efecto, la muerte (…) puede aparecer a menudo como la solución al problema de la vida, a su monotonía, a su vacío, al sentimiento radical de sinsentido. La vida, de hecho, puede experimentarse como tremendamente decepcionante y hasta absurda  en ella misma, (…), puede reducirse a “pasar la vida”: trabajar para comer, comer para trabajar y eso hasta morir; y de ahí otros siguen en el mismo ciclo indefinidamente. Necesitamos hacer “obras” que duren para evitar esa sensación angustiante de inconsistencia. Pero estas obras, ¿no camuflan precisamente el problema básico de la vida? ¿No queda el hombre finalmente siempre solo en su conciencia? ¿O no sería una solución más “práctica” simplemente quedarme con el pedazo de placer que la vida quisiera brindarme? Pero si ésa es la solución, haríamos imposible la cultura y, finalmente, la vida del hombre: pues caeríamos nuevamente en la ley de la selva. (…)

EL PROBLEMA DE LA CONVIVENCIA
Lo dicho anteriormente lleva a plantearse el problema de la convivencia. Y es quizás este punto donde la existencia resulta más penosa (…), ¿hasta qué punto es realmente posible la convivencia sincera o el amor desinteresado?.
Si reseguimos la historia de la humanidad, podemos constatar con facilidad que los móviles históricos y los sucesos que marcan la historia no son precisamente factores de convivencia o de amor, sino más bien de “victorias” o “derrotas”, es decir, de vencedores y vencidos. Y los “armisticios” o pactos de convivencia suelen ser imposiciones del más fuerte sobre el más débil. (…). La situación humana latente no es la de tender a la convivencia, sino a la voluntad de poder. (…). Los móviles naturales del ser humano no son precisamente altruistas. El egocentrismo radical del psiquismo del hombre marca todas sus actuaciones; en muchos casos aparece a primera vista la tendencia espontánea de buscar mi interés aunque sea a costa del interés del vecino. Y cuando el egocentrismo parece ausente, no es difícil detectarlo camuflado en nuestros mismos actos “altruistas” o benéficos. (…)
El amor, ¿es realmente posible en definitiva? ¿O no es quizás más que una forma “camuflada” de egocentrismo? ¿No será, pues, una triste realidad de la experiencia que la antigüedad clásica formuló con la famosa frase “Homo homini lupus” (…)? Ahora bien, la falta de convivencia se presenta como eminentemente problemática no cuando el hombre resulta ser un lobo para otro lobo, sino cuando aparece siendo un lobo para una oveja. Es el problema agudo de la injustica (…).  

Antonio BENTUE (1995). Opción Creyente

sábado, 13 de febrero de 2016

La enfermedad de la abundancia

En este final de siglo, la enfermedad de Occidente es la de la abundancia: tener todo lo material y haber reducido al mínimo lo espiritual. No importan ya los héroes, los personajes que se proponen como modelo carecen de los ideales: son vida conocidas por su nivel económico y social, pero rotas, sin atractivo, incapaces de echar a volar y superarse a sí mismas. Gente repleta de todo, llena de cosas, pero sin brújula, que recorren su existencia consumiendo, entretenidos en cualquier asuntito y pasándolo bien, sin más pretensiones.

Enrique Rojas (1992) en El hombre light.

Solo el amor (Silvio Rodríguez)

Debes amar,
la arcilla que va en tus manos,
debes amar,
su arena hasta la locura
y si no,
no la emprendas
que será en vano.

Sólo el amor
alumbra lo que perdura,
sólo el amor
convierte en milagro el barro.

Debes amar,
el tiempo de los intentos,
debes amar,
la hora que nunca brilla
y si no
no pretendas tocar lo cierto.

Sólo el amor
engendra la maravilla,
sólo el amor
consigue encender lo muerto.

Sólo el amor
engendra la maravilla,
sólo el amor
consigue encender lo muerto.

Silvio Rodríguez

Antropología unitaria de la Biblia

Lo primero que llama la atención en la Biblia, como punto de partida de toda su reflexión posterior, es la concepción tan unitaria que tiene del ser humano. Los términos que utiliza no encierran la misma significación que revisten en la actualidad para nosotros, cuando los interpretamos desde una antropología dualista. Es más, su enseñanza no parte de una visión filosófica o metafísica que intenta desvelar la naturaleza de la persona, sino de un contexto religioso que centra su atención en las relaciones de Dios con su criatura, aunque esa fe se exprese también dentro de una cultura determinada. El término hebraico más cercano, utilizado para designar al cuerpo, es el de "basar" que equivale a la piel - superficie de un organismo viviente -, a la carne - la parte muscular del organismo - o para indicar cualquier otro aspecto de la corporalidad de los vivientes sobre el que ahora no vamos a detenernos. Expresa, por tanto, la realidad del ser humano en su dimensión más visible y externa, pero no como un principio material opuesto a otro espiritual, sino como representación global del ser completo, que nos recuerda nuestro origen primero. Somos un adam, formado con el polvo del suelo (Gn. 2,7;3,19) pero por encima de cualquier otra realidad material o de un simple cadáver, que nunca será designado con este término. Se trata de algo viviente, porque Dios ha infundido su aliento nephes -, su espíritu - ruach, que hace posible la vida. El espíritu, si se considera como separado del cuerpo, no equivale al alma de los griegos. Es una fuerza vivificante que permanece en Dios sin ninguna especificación, mientras que el cuerpo es lo que designa a la persona.

Su estructura corpórea está vivificada por ese aliento vino que nos constituye como personas. El basar es la carne espiritualizada que nos eleva a nuestra condición humana. La corporeidad aparece así como el elemento esencial con el que el hombre se identifica y se expresa, sin que tal dimensión encierre ningún significado pecaminoso o negativo. La perspectiva es muy diferente a la del dualismo griego, muy presente en la reflexión cristiana, que lo vio siempre como algo despreciable, cárcel del alma y lugar del pecado. Por eso, desde el comienzo de la revelación, la Biblia nos descubre otro horizonte mucho más esperanzador y religioso.

Eduardo López Azpitarte en Amor, Sexualidad y Matrimonio.

Solo el amor


Si existe algo capaz de cubrir el deseo de la felicidad, hay que referirse de inmediato al amor. Solo él consigue cerrar cualquier herida humana para no dejar el dolor de la insatisfacción, de lo que no ha podido realizarse. 

Eduardo López Azpitarte en Amor, Sexualidad y Matrimonio.

El cuerpo y el espíritu en la sexualidad


De un espíritu si sexo hemos pasado a un sexo sin espíritu. La opción entre angelismo y zoología aparece como la única alternativa posible. 
(...)

[En un equilibrio] es cuando el cuerpo queda elevado a una categoría humana, henchido de un simbolismo impresionante, pues hace efectiva una relación personal, sostiene y condiciona la posibilidad de todo encuentro y comunicación. Cualquier expresión corporal aparece de repente iluminada cuando se hace lenguaje y palabra para la revelación de aquel mensaje que se quiere comunicar. Es la ventana por donde el espíritu se asoma hacia afuera, el sendero que utiliza cuando desea acercarse hasta las puertas de cualquier otro ser, la palabra que posibilita un encuentro. Su tarea no consiste principalmente en realizar unas funciones biológica, indispensables sin duda para la propia existencia, sino en servir, sobre todo, para cumplir con esta otra tarea: la de ser epifanía de nuestro interior persona, palabra y lenguaje que posibilita la comunión con los otros.
(...)

También el cuerpo, como hemos dicho, es lenguaje, epifanía, comunicación, el único sendero por el que podemos acercarnos a la otra persona y el único camino por el que ella puede responder a mi llamada. En este carácter mediático se encierra toda su riqueza. No es una simple realidad biológica, una manera fuente de placer, na imagen que admira y seduce, sino un símbolo que descubre al ser que lo habita y dignifica. El riesgo que existe es el de quedar seducidos por el encanto y la atracción que también nos brinda, sin llegar hasta el interior de la persona que con él se nos comunica y manifiesta. 

Cuando la atención se centra en lo simplemente biológico supone romper por completo su simbolismo, como el idólatra que convierte en dios a un pedazo de madera (...). Cuando el encuentro sexual, en este sentido, se reduce a la superficie, permanece cautivo de las manifestaciones más externas y secundarias o no termina, más allá de las apariencias, en el interior de la otra persona, la sexualidad humana ha muerto. Hemos matado lo único que la vivifica y se ha postergado a un nivel radicalmente distinto e inferior. En la novela "La condición humana", A. Mairaux pone en boca de una chica, cuando sufría la amenaza de la violación, una frase que nunca debería olvidarse en este campo: "Yo soy también el cuerpo que tú quieres que sea solamente". Y ya dijimos que, cuando del cuerpo se elimina el espíritu, solo resta un pedazo de carne.

Eduardo López Azpitarte en Amor, Sexualidad y Matrimonio. 

El ser humano y su proyecto de futuro


Tendríamos que decir, por tanto, que la función primaria de la moral consiste en dar a nuestra vida una orientación estable, encontrar el camino que lleva hacia una meta, crear un estilo y manera de existir coherentes con un proyecto. La ética (ethos) consistiría, entonces, en darle a nuestro pathos - ese mundo pasivo y desorganizado que nos ofrece la naturaleza - el estilo y la configuración querida por nosotros, mediante nuestros actos y formas de concretas de actuar. Aquí está la gran tarea y el gran destino del hombre y de la mujer. Ser persona exige un proyecto de futuro, que determina el comportamiento de acuerdo con la meta que cada uno se haya trazado.

Eduardo López Azpitarte en Amor, Sexualidad y Matrimonio.

Instinto y moral


El animal que siguiera las leyes de sus instintos sería un animal perfecto, pero el hombre que respondiera de la misma forma a las exigencias instintivas de sus pulsiones, se convertiría en una auténtica bestia. 
Esta necesidad humana e irrenunciable de modelar nuestro comportamiento brota, por tanto de nuestras propias estructuras antropológicas. Estamos condenados, queramos o no, a ser éticos.

Eduardo López Azpitarte en Amor, Sexualidad y Matrimonio.

Ser humano, ser moral


Todo ser humano, por el simple hecho de existir, está condenado a vincularse con una moral.

Eduardo López Azpitarte en Amor, Sexualidad y Matrimonio.

Lo que defiende la Iglesia en la moral sexual


Lo que no queremos es que la sexualidad se limite a ser una acción utilitaria y productiva para la obtención de un placer y pierda por completo su dimensión expresiva y simbólica. Es decir, que se la despoje de todo contenido humano, como si fuera un simple fenómeno zoológico, hasta convertirla en un hecho insignificante, en una palabra vacía, es una expresión sin mensaje. Se trata, sencillamente, de saber hacia dónde orientamos esa pulsión y qué significado le damos.

Eduardo López Azpitarte en Amor, Sexualidad y Matrimonio.

Moral y legal

La ética civil que, como hemos dicho, se reduce a los mínimos indispensables, es la única que puede imponerse a los ciudadanos. Es necesario, por ello, que la autoridad tolere una serie de comportamientos que, desde una perspectiva ética, ofrecerían serios reparos. Esto significa, como se ha defendido es una amplia tradición de la Iglesia, que no todas las exigencias éticas deben quedar sancionadas por el derecho, pero que también no todo lo que se permite y tolera en una legislación civil tiene que ser aprobado por la moral. El peligro radica, entonces, en no distinguir suficientemente lo legal de lo ético, y terminar aceptando, con todas sus lamentables consecuencias, que la tolerancia o prohibición jurídica se identifica con la bondad o la malicia ética.

Eduardo López Azpitarte en Amor, Sexualidad y Matrimonio.

Incontrolable imaginación

Querer prohibir a la imaginación que vuelva sobre una idea, es lo mismo que prohibir al mar que vuelva a la playa.

Victor Hugo (1862) en Los miserables.

Lo bello también vale


La señora Magloire cultivaba legumbres en el jardín; el obispo, por su parte, había sembrado flores en otro rincón. Crecían también algunos árboles frutales. 
Una vez, la señora Magloire dijo al obispo con cierta dulce malicia: -Monseñor, usted que saca provecho de todo, tiene ahí un pedazo de tierra inútil. Más valdría que eso produjera frutos que flores. - Señora Magloire -  respondió el obispo -, usted se engaña: bello vale tanto como lo útil. Y añadió después de una pausa: Tal vez más. 

Víctor Hugo (1862), en Los Miserables

Caída y oración


Es una caída; pero caída sobre las rodillas, que puede transformarse y acabar en oración.

Víctor Hugo (1862), en Los Miserables


Captar lo que hay bajo la información


La información se ha convertido en un río de datos y noticias, pero lo importante es saber captar qué fluye bajo él. Cuando uno se olvida de ir a lo sustancial, se pierde en lo anecdótico. Ante tantas noticias negativas, desgracias colectiva o personales, el ser humano se vuelve insensible y cauteriza su piel como mecanismo de defensa ante el aluvión que le arrolla.

Enrique Rojas (1992) en El hombre light.

Libertad: aletheia, veritas y emunah


La idea de libertad se relaciona con tres conceptos: el griego aletheia, el latino veritas y el hebreo emunah. Aletheia significa lo que está desvelado o descubierto y que se manifiesta con claridad, se refiere especialmente al presente. Veritas quiere decir lo que es exacto y riguroso, de hecho, procede de verum, lo que es fiel y sin omisiones; habla más del pasado, de lo que ya sucedió. Y, finalmente, emunah deriva de la raíz amén: asentir con confianza; por eso se suele decir al final de cada oración, ya que Dios es por esencia el que cumple lo que promete, expresa sobre todo el futuro, lo venidero.

Enrique Rojas (1992) en El hombre light.

Preguntar en vez de argumentar


En una conversación difícil, no pongamos el peso en argumentar, sino en preguntar.

Mario Alonso Puig (2008), Vivir es un asunto urgente.

Cumpli-miento


Cumplimiento, según un buen amigo mío, viene de cumplo y miento, es decir, que hago lo que tengo que hacer, pero sin ganas, solo porque me siento obligado, porque me he comprometido con ello. Cuando una persona se sienta frente a otra y está allí por cumplimiento no hay lugar para la revelación y la magia.

Mario Alonso Puig (2008), Vivir es un asunto urgente.

Nuestro mensaje

Al fin y al cabo, nuestra vida es nuestro mensaje.

Mario Alonso Puig (2008), Vivir es un asunto urgente.

Entender para ayudar


¿Qué demonios estás haciendo? - Le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarla sobre una rama.
Me respondió "Estoy salvándolo de morir ahogado"

Anthony de Mello

Cambios de conducta

Una de las maneras más efectivas de generar cambios en la conducta es conocer la consecuencias de no hacerlo.

Mario Alonso Puig (2008), Vivir es un asunto urgente.

Entre el pasado y el futuro: la libertad

El pasado es una fuente de información y de experiencias, y no una bola de cristal que determina nuestro porvenir. Entre lo que estuvo en el pasado y lo que estará en el futuro actúan nuestra libertad, nuestra capacidad de apasionarnos y de elegir.

Mario Alonso Puig (2008), Vivir es un asunto urgente.