Ortega y Gasset, en sus Estudios sobre el amor, analiza muy bien los mecanismos psicológicos que intervienen en este proceso. Frente a los sujetos que nos rodean, sin que ninguno de ellos tenga un relieve especial, de pronto uno sobresale con tal fuerza que en él queda centrada la atención, permaneciendo los demás en la periferia. Existe sólo un punto de interés, y cualquier ausencia se vive como un vacío insoportable. El alma del enamorado, dice él mismo, huele a cuarto cerrado, porque todo gira en torno al amante, sin apertura hacia el exterior, como si ninguna otra cosa tuviera importancia. Hasta que, ante otra experiencia semejante, se cae en la cuenta de que la realidad es mucho más amplia y oxigenada. Por eso define el enamoramiento como una especie de imbecilidad transitoria. Es un preámbulo del amor, pero nunca puede confundirse con éste.
El noviazgo debería ser pues, una etapa educativa y pedagógica hacia la maduración de ese amor, y debería servir, al mismo tiempo, como prueba para la verificación de su autenticidad. Para la futura felicidad del matrimonio es absolutamente necesario que las personas se demuestren, en la práctica, que la recíproca llamada sexual, la necesidad de poseerse mutuamente, queda subordinada y transida por la presencia del cariño. Hay que determinar con los hechos, y no sólo con las palabras, que en la base de todo está presente el amor, que no puede apoyarse en las simples emociones placenteras. En esta situación primeriza, no hay todavía posibilidad de discernir si el cariño verdadero está presente en esas relaciones.
Esta misma etapa ya es un momento difícil para cumplir con esa tarea, pues se vive de ordinario con el deseo de conseguir una conquista, de obtener una seducción. Para ello la imagen del propio yo, sin malicia e inconscientemente, se ofrece adornada con un idealismo excesivo, que manifiesta más lo que uno quiere que lo que de hecho es. Se necesita honestidad y cierto tiempo para encontrarse con el tú real, con el que ha de compartir la i¡vida entera, y ver si es posible esa convivencia a todos los niveles.
Una relación sexual prematura en ese período de análisis y objetivación vendría a suponer un obstáculo mucho más fuerte. La gratificación obtenida, la urgencia de volver a experimentarla, el afecto y la cercanía que provoca, impulsan al convencimiento de una absoluta sintonía, cuando a lo mejor no existe más que una vinculación tenue y pasajera. No hace falta mucha experiencia para comprender que la mayoría de los fracasos posteriores se producen por haber llegado las personas al matrimonio si saber cuán superficial era su afecto. Ni siquiera, como a veces se dice, la relación sexual tendría un valor probatorio. Resulta imposible experimentar lo que significa ese gesto cuando no este todavía la comunidad de vida que lo lena de contenido. De la misma forma que el éxito o el fracaso de tal experiencia no prejuzga en nada la capacidad de ambos para la armonía futura y la superación de los conflictos.
Eduardo López Azpitarte (2001), "Simbolismo de la Sexualidad Humana"