lunes, 24 de marzo de 2014

Resurrección (Floristán & Tamayo)

Comparado con las numerosas doctrinas de resurrección, que caracterizaban a las antiguas religiones de Oriente Próximo (Osiris en Egipto, Tamuz en Babilonia, Attis en Asia Menor), el AT es de una suprema sobriedad al respecto. Aquí Dios no es concebido como una divinidad de la fecundidad que debe rencor al eterno ritmo de las diversas estaciones del año. Sin embargo, se insiste en la sucesión lineal de la historia que algún día llegará a su termino coincidiendo con un juicio final de Dios. De una resurrección, tanto individual como colectiva, no podemos encontrar traza expresa en los escritos del AT. Solamente en la apocalíptica judía (Esd 26.19; Dn 12, 1) apunta la idea de una doble resurrección de los justos y de los malvados, acompañada de un juicio último después de una restauración completa de la humanidad ( 4 Esd, Apoc, Baruc).

En tiempos de Jesús, el parecer de los doctores de la ley judíos no era unánime en esta materia: los saduceos rechazaban la idea misma de la resurrección al contrario de los fariseos (Mc. 12, 18s; Hch 23. 6-8). En el NT, la idea de resurrección se convierte en central. La intuición fundamental se asume indudablemente del AT: la victoria de Jesús y de los muertos no se concibe como una victoria cíclica (al ritmo de las estaciones) y cósmica de la vida sobre la muerte, sino como un acto escatológico y gratuito de Dios que pone un término definitivo al reino de la muerte. Esta última no se considera, pues, como un eclipse provisional de la vida, sino como una aniquilación total del hombre, donde solo el poder de Dios lo puede hacer remontar. Y, sobre todo, el NT tiene esto de particular: que todo lo que afirma sobre la resurrección lo relaciona con un hecho histórico muy próximo: la muerte y la resurrección de Jesús. En el marco de esta triple perspectiva, que constituye la originalidad del pensamiento cristiano primitivo al respecto, podemos precisar los siguientes puntos particulares:


a) Los testimonios más antiguos sobre el hecho mismo de la resurrección de Jesús no se encuentran en los evangelios, sino en las epístolas y en ciertos textos arcaicos. Y lo que más impresiona en estos textos es que la resurrección de Jesús es afirmada, pero no descrita, y esto siempre como un acto de poder de Dios que nada podía hacerlo preveer de antemano explicar después de lo ocurrido. Los apóstoles no prueban la resurrección de Jesús, es para ellos un objeto de fe (1 Cor 15,12).

b) A pesar del desorden que reina en los textos neotestamentarios sobre las apariciones de Cristo resucitado (principalmente sobre el lugar y el número de estas apariciones, como tambien sobre su ubicación temporal por respecto a la ascensión de Jesús), hay que subrayar que el resucitado no es descrito como un espíritu puro, sino como una persona viva revestida de un "cuerpo". Lo que el NT pretende destacar con todo esto es, sobre todo, la identidad personal entre el que "sufrió" y el que después fue "elevado". Ese sufrimiento y esa gloria reciben, el uno de la otra, su significación. Para ser fiel al NT, no hay que confundirlas ni separarlas.  

c) En efecto, la resurrección de Jesús, según el NT, no es solamente un hecho histórico en el sentido que acabamos de ver, sino que es además, un juicio de Dios concerniente ahora a toda persona humana. Ninguna fórmula neotestamentaria expresa esto más claramente que Rom 4, 25: Jesús "ha sido entregado por nuestros pecado y resucitado por nuestra justificación". Lo que Dios ha hecho resucitando a Jesús, lo ha hecho por nosotros, por nuestra salvación. La resurrección de Jesús expresa, pues, esta voluntad particular de Dios que, después de haber aniquilado al hombre pecador, lo llama milagrosamente a una vida nueva. Por su resurrección, somos devueltos a la vida, y esto desde ahora, aunque todavía de una manera oculta. 

d) Por tanto, solamente en los últimos días se manifestarán plenamente los efectos de la resurrección de Jesús en pro de los creyentes y de la humanidad entera. De esta resurrección última y definitiva, las resurrección individuales narradas por los evangelios son signos precursores: ellos dan testimonio de que "los tiempos se han cumplido", de que Jesús es el inaugurador del reino y de que al imperio de la muerte va a suceder la victoria de la vida.

De todo eso, se deduce que la buena noticia, que constituye el evangelio, abarca y comprende a todo el hombre. Según el concepto bíblico, la muerte, como hemos visto, es de suyo la aniquilación, la desaparición total del ser humano y de su entorno cósmico. Por eso la resurrección se contrapone a la creación: es "la nueva creación" (2 Cor 2, 17; Gál 6, 15). El hombre, que por el bautismo "se ha incorporado a la muerte de Cristo", lo ha hecho automáticamente "a su resurrección" (Rom 5, 12s). Se trata de un acto exclusivo del poder de Dios, solamente contable y asimilable por la fe.

Y hay algo más: la resurrección no atañe solamente a los individuos aislados, sino a su contexto cósmico. En Rom 8, Pablo compara a la creación, la "historia humana", con una mujer que sufre, pero de dolores de parto. Esta cosmovisión obliga a los cristianos a asumir todo un movimiento que vaya en el sentido de la vida y a luchar contra toda tendencia que vaya en sentido de la muerte. El hecho de que la creación, según la frase paulina, "está embarazada de gloria", obliga a los creyentes a intensificar sus actuaciones ginecológicas para lograr que ese parto final, que todos esperamos, sea lo más glorioso posible.

En otras palabras: la resurrección elimina del contexto de la fe cristiana un tipo de cristología dolorista que presupone que el dolor y el sufrimiento de suyo son redentores y salvadores en lo que tienen de negativos. Todo lo contrario: la muerte de Cristo, que siempre se presenta en el NT como un asesinato del que los impíos son culpables, solo tiene un sentido porque es superada en la resurrección.

Por eso, toda ascética cristiana, aun asumiendo las injusticias de un mundo cruel y pecador, no se resigna a ello, sino que intenta inocularle la dinámica de la resurrección que viene del poder de Dios, "que resucitó a Jesús de entre los muertos". Una mística de la pura y simple resignación se planta de espaldas al principio fundamental de la fe cristiana: la resurrección de Jesús y la consiguiente resurrección de los creyentes, toda la humanidad y de la creación misma. 

Cuando Carlos Marx proclamó que "la religión es el opio del pueblo", tenía ante sus ojos un tipo de cristianismo resignado y dolorista, que había sido manipulado por las clases dominantes para legitimar su explotación y opresión de las clases dominadas. Por eso, cuando recientemente la mística de la resurrección invade nuevas teologías, sobre todo el el Tercer Mundo, la famosa frase del filósofo ha dejado de tener sentido para convertirse en algo contrario: el cristianismo resurreccional es el gran estímulo de los pueblos humillados de hoy para luchar por su liberación inmediata y preparar así un final glorioso de la historia en el último día.

J.M González Ruiz en Diccionario Abreviado de Pastoral.

domingo, 23 de marzo de 2014

Dolor de Jesús y dolor del mundo (González Faus)

El dolor de Jesús aparece como un dolor no egoísta, no cenado en sí y, por ello, nada enfermizo, aunque pueda ser sumo. No gira en torno a sus propios traumas, sus propias frustraciones, sus fijaciones... Por eso tampoco es obsesivo ni quita la capacidad de goce o de interés. No cierra en sí, aunque abate y destroza. Y creo que solo aquí pueden tener cabida las alusiones a la providencia en el sermón de la montaña, que, tomadas en un contexto de religiosidad general, sonarían a cinismo, a ingenuidad o a opio del pueblo: los lirios siguen floreciendo y los pájaros cantando también cuando yo sufro, y el mundo puede seguir siendo bello cuando para mí es objetivamente horroroso. Y eso significa que mi dolor no da la medida valoral del mundo (como tampoco la da el goce privado), pese a que la experiencia de dolor es esencialmente experiencia del mundo como falto de sentido. Lo que se llama "aceptación cristiana del dolor" quizá no pueda significar más que eso: aceptar que la propia subjetividad no es el centro de la clave de interpretación del mundo y, en este paso, comenzar a "existir para". En este sentido, y pese a estar escritos desde la pascua, es llamativo el interés de los evangelios por subrayar que el centurión, o el ladrón se convierten no al ver que Jesús los salva y se salva, sino al ver como sufre Jesús (cf. Lc 23, 39-42; Mc 15, 39).

Jose Ignacio González Faus en Acceso a Jesús

La cruz y la resignación (González)

Se ha ido falsificando, insensible pero radicalmente: se hace la cruz la resignación antes de tiempo. ¡Cuando la cruz de Jesús es precisamente el resultado de no haberse resignado nunca!.

José González Faús en Acceso a Jesús.