domingo, 23 de marzo de 2014

Dolor de Jesús y dolor del mundo (González Faus)

El dolor de Jesús aparece como un dolor no egoísta, no cenado en sí y, por ello, nada enfermizo, aunque pueda ser sumo. No gira en torno a sus propios traumas, sus propias frustraciones, sus fijaciones... Por eso tampoco es obsesivo ni quita la capacidad de goce o de interés. No cierra en sí, aunque abate y destroza. Y creo que solo aquí pueden tener cabida las alusiones a la providencia en el sermón de la montaña, que, tomadas en un contexto de religiosidad general, sonarían a cinismo, a ingenuidad o a opio del pueblo: los lirios siguen floreciendo y los pájaros cantando también cuando yo sufro, y el mundo puede seguir siendo bello cuando para mí es objetivamente horroroso. Y eso significa que mi dolor no da la medida valoral del mundo (como tampoco la da el goce privado), pese a que la experiencia de dolor es esencialmente experiencia del mundo como falto de sentido. Lo que se llama "aceptación cristiana del dolor" quizá no pueda significar más que eso: aceptar que la propia subjetividad no es el centro de la clave de interpretación del mundo y, en este paso, comenzar a "existir para". En este sentido, y pese a estar escritos desde la pascua, es llamativo el interés de los evangelios por subrayar que el centurión, o el ladrón se convierten no al ver que Jesús los salva y se salva, sino al ver como sufre Jesús (cf. Lc 23, 39-42; Mc 15, 39).

Jose Ignacio González Faus en Acceso a Jesús

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