martes, 9 de diciembre de 2014

El servicio e importancia de la teología

En cierto modo comprendo por qué algunas personas sienten rechazo por la teología. Recuerdo que una vez, cuando estaba dando una charla para la R.A.F., un viejo curtido oficial se levantó y dijo: "Todo eso a mí no me sirve. Pero le aclaro que soy un hombre religioso. Sé que Dios existe. Lo he sentido: solo en el desierto, por la noche; en el inmenso misterio".

Y esa justamente es la razón por la que no creo en todos sus pequeños dogmas y fórmulas acerca de Él. ¡A cualquiera que haya conocido al Dios verdadero, todo es le parece pedante, mezquino e irreal!

Bien, en un sentido, estoy de acuerdo con ese hombre. Creo que es probable que haya tenido una auténtica experiencia de Dios en el desierto. Y cuando se volvió después a los credos cristianos creo que se estaba volviendo de algo real o algo menos real. Del mismo modo, si un hombre ha mirado alguna vez el Atlántico desde la playa, y luego mira un mapa del Atlántico, tambien se estará volviendo de algo real o algo menos real: de las olas reales a un trozo de papel coloreado. Pero aquí viene mi argumento. Admitimos que el mapa es solo papel coloreado, pero hay dos cosas acerca de él que debéis recordar. En primer lugar, está basado en lo que cientos de miles de personas han averiguado navegando por el auténtico Atlántico. En este sentido, tiene detrás una inmensa experiencia tan real como la que podría tenerse desde la playa; solo que, mientras que la vuestra será una única y aislada mirada, el mapa hace que todas esas experiencias diferentes concurran en él. En segundo lugar, si queréis ir a alguna parte, el mapa es absolutamente necesario. Mientras os contentéis con paseos por la playa, vuestras propias miradas son mucho más divertidas que contemplar el mapa. Pero el mapa os será más útil que la playa si queréis llegar a América.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Perder para ganar

Si nuestro objetivo es el cielo, la tierra se nos dará por añadidura; si nuestro objetivo es la tierra, no tendremos ninguna de las dos cosas. Parece una extraña regla, pero algo parecido puede verse funcionando en otros asuntos. La salud es una gran bendición, pero en el momento en que hacemos de ella uno de nuestros objetivos directos y principales, nos convertimos en hipocondríacos y empezamos a pensar que estamos enfermos. Es probable que disfrutemos de salid solo si deseamos más otras cosas... comida, juegos, trabajo, diversión, aire libre. Del mismo modo, jamás salvaremos a la civilización mientras la civilización sea nuestro principal objetivo. Debemos aprender a desear otras cosas aún más.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Amor cristiano como voluntad

"El amor cristiano, ya sea hacia Dios o hace el hombre, es un asunto de voluntad".

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Amor al prójimo

No perdáis el tiempo preguntándoos si "amáis" a vuestro prójimo: comportaos como si fuera así.

Cuando nos comportamos como si amásemos a alguien, al cabo del tiempo llegaremos a amarlo. Si le hacemos daño alguien que nos disgusta, descubriremos que nos disgusta aún más que antes. Si le hacemos un favor, encontraremos que nos disgusta menos.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Amor al prójimo

"No pierdas el tiempo preguntándote si amas al prójimo; compórtate como si fuera así".

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Significado original de Caridad

Ahora la "caridad" significa simplemente lo que antes se llamaba "limosna", es decir, ayudar a los pobres. Originalmente su significado era mucho más amplio. Pueden ver cómo obtuvo el significado moderno. SI un hombre tiene "caridad", ayudar a los pobres es una de las cosas más evidente que hace, y por eso la gente dio en hablar de ello como si la caridad fuera solamente eso. Del mismo modo, la "rima", es lo más evidente de la poesía, y así la gente quiere decir por "poesía" lo que simplemente es rima y nada más.

Caridad significa "amor en el sentido cristiano". Pero el amor, en el sentido cristiano, no significa una emoción. Es un estado, no de los sentimientos, sino de la voluntad; el estado de la voluntad que naturalmente tenemos acerca de nosotros mismos, y que debemos aprender a tener acerca de los demás.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

La gravedad del orgullo

El vicio al que me refiero es el orgullo o la vanidad, y la virtud que se le opone es, en la moral cristiana, la humildad. Tal vez recordéis, cuando hablaba de moral sexual, que os advertí que el centro de la moral cristiana no residía allí. Pues bien, ahora hemos llegado a ese centro. Según los maestros cristianos, el vicio esencial, el más terrible de todos, es el orgullo.

La falta de castidad, la ira, al codicia, la ebriedad y cosas tales son meros pedacitos en comparación. Fue a través del orgullo como el demonio se convirtió en demonio: el orgullo conduce a todos los demás vicios: es el estado mental completamente anti-Dios.

(...)

El orgullo no deriva de ningún placer de poseer algo, sino solo de poseer algo más de eso que el vecino. Decimos que la gente está orgullosa de ser rica, o inteligente, o guapa, pero no es así. Están orgullosos de ser más ricos, más inteligentes o más guapos que los demás. Si todos los demás se hicieran igualmente ricos, o inteligentes, o guapos, no habría nada de que estar orgulloso. Es la comparación lo que nos vuelve orgullosos: el placer de estar por encima de los demás. Una vez que el elemento de competición ha desaparecido, el orgullo desaparece. Por eso digo que el orgullo es esencialmente competitivo de un modo en que los demás vicios no lo son.

(...)

El orgullo es competitivo por su naturaleza misma: por eso cada vez demandan más y más poder. Si soy orgulloso, mientras haya otro hombre en el mundo que sea más poderoso, más rico o más inteligente que yo, ese hombre será mi rival y mi enemigo.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Enamoramiento y promesas

La idea de que "estar enamorados" es la única razón para permanecer casados no deja realmente espacio en absoluto para el matrimonio como un contrato o una promesa. Si el amor lo es todo, la promesa no puede añadir nada, y si no puede añadir nada entonces no debería hacerse. Lo curioso es que los enamorados mismos, mientras siguen realmente enamorados, sabe esto mejor que aquellos que hablan del amor. Como señaló Chesterton, los que están enamorados tienen una inclinación natural a vincularse por medio de promesas. Las canciones de amor del mundo entero están llenas de promesas de fidelidad eterna. La ley cristiana no impone sobre la pasión del amor algo que es ajeno a la naturaleza de esa pasión: exige que los enamorados se tomen en serio algo que su pasión por sí misma los impulsa a hacer.

Y, por supuesto, la promesa, hecha cuando estor enamorado y porque estoy enamorado, de ser fiel al ser amado durante toda mi vida, compromete a ser fiel aunque deje de estar enamorado. Una promesa debe ser hecha acerca de cosas que puedo hacer, acerca de actos: nadie puede prometer seguir sintiendo los mismos sentimientos. Sería lo mismo que prometiese no volver a surgir ningún dolor de cabeza o tener siempre apetito.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

El Dios de las Maravillas

Como la ciencia admira y alaba al Creador:


Gravedad de los pecados espirituales

Si alguien piensa que los cristianos consideran la falta de castidad como el vicio supremo, está del todo equivocado. Los pecados de la carne son malos, pero son los menos malos de todos los pecados. Los perores placeres son puramente espirituales: el placer de dejar a alguien en ridículo, el placer de dominar, de tratar con desprecio, de denigrar; el placer del poder o del odio. Puesto que hay dos elementos en mí, compitiendo con el ser humano en que debo intentar convertirme.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

viernes, 5 de diciembre de 2014

El relojero

De esto hace mucho tiempo. Epoca en la que todavía todo oficio era un arte y una herencia. El hijo aprendía de su padre, lo que éste había sabido por su abuelo. El trabajo heredado terminaba por dar un apellido a la familia. Existían así los Herrero, los Barrero, la familia de Tejedor, etcétera.
Bueno, en aquella época y en un pueblito perdido en la montaña, pasaba más o menos lo mismo que sucedía en todas las otras poblaciones. Las necesidades de la gente eran satisfechas por las diferentes familias que con sus oficios heredados se preocupaban de solucionar todos los problemas. Cada día, el aguatero con su familia traía desde el río cercano toda el agua que el pueblito necesitaba. El cantero hacía lo mismo con respecto a las piedras y lajas necesarias para la construcción o reparación de las viviendas. El panadero se ocupaba con los suyos de amasar la harina y hornear el pan que se consumiría. Y así pasaba con el carnicero, el zapatero, el relojero. Cada uno se sentía útil y necesario al aportar lo suyo a las necesidades comunes. Nadie se sentía más que los otros, porque todos eran necesarios.
Pero un día algo vino a turbar la tranquila vida de los pobladores de aquella aldea perdida en la montaña. En un amanecer se sintió a lo lejos el clarín del heraldo que hacía de postillón o correo. El retumbo de los cascos de caballo se fue acercando y finalmente se lo vio doblar la calle que daba entrada al pueblito: un caballo sudoroso que fue frenado justo delante de la puerta de la casa del relojero. El heraldo le entregó un grueso sobre que traía noticias de la capital. Toda la gente se mantuvo a la expectativa a la puerta de sus casas a fin de conocer la importante noticia que seguramente se sabría de un momento al otro.
Y así fue efectivamente. Pronto corrió por todo el pueblo la voz de que desde la capital lo llamaban al relojero para que se hiciera cargo de una enorme herencia que un pariente le había legado. Toda la población quedó consternada. El pueblito se quedaría sin relojero. Todos se sintieron turbados frente a la idea de que desde aquel día, algo faltaría al irse quien se ocupaba de atender los relojes con los que podían conocer la hora exacta.
Al día siguiente una pesada carreta cargada con todas las pertenencias de la familia, cruzaba lentamente el poblado, alejándose quizás para siempre rumbo a la ciudad capital. En ella se marchaba el relojero con toda su gente: el viejo abuelo y los hijos pequeños. Nadie quedaba en el lugar que pudiera entender de relojes.
La gente se sintió huérfana, y comenzó a mirar ansiosamente y a cada rato el reloj de la torre de la Iglesia. Otro tanto hacía cada uno con su propio reloj de bolsillo. Con el pasar de los días el sentimiento comenzó a cambiar. El relojero se había ido y nada había cambiado. Todo seguía en plena normalidad. El aparato de la torre y los de cada uno seguía rítmicamente funcionando y dando la hora sin contratiempo alguno.
-¡Caramba!- se decía la gente. Nos hemos asustado de gusto. Después de todo, el relojero no era una persona indispensable entre nosotros. Se ha marchado y todo sigue en orden y bien como cuando él estaba aquí. Otra cosa muy distinta hubiera sido sin el panadero. No había porqué preocuparse. Bien se podía vivir sin el ausente.
Y los días fueron pasando, haciéndose meses. De pronto a alguien se le cayó el reloj, y aunque al sacudirlo comenzó a funcionar, desde ese día su manera de señalar la hora ya no era de fiar. Adelantaba o atrasaba sin motivo aparente. Fue inútil sacudirlo o darle cuerda. La cosa no parecía tener solución. De manera que el propietario del aparato decidió guardarlo en su mesita de luz, y bien pronto lo olvidó al ir amontonando sobre él otras cosas que también iban a para al mismo lugar de descanso.
Y lo que le pasó a esta persona, le fue sucediendo más o menos al resto de los pobladores. En pocos años todos los relojes, por una causa o por otra, dejaron de funcionar normalmente, y con ello ya no fueron de fiar. Recién entonces se comenzó a notar la ausencia del relojero. Pero era inútil lamentarlo. Ya n estaba, y esto sucedía desde hacía varios años. Por ello cada uno guardó su reloj en el cajón de la mesa de luz, y poco a poco lo fue olvidando y arrinconando.
Digo mal al decir que todos hacían esto. Porque hubo alguien que obró de una manera extraña. Su reloj también se descompuso. Dejó de marcar la hora correcta, y ya fue poco menos que inútil. Pero esta persona tenía cariño por aquel objeto que recibiera de sus antepasados, y que lo acompañara cada día con sus exigencias de darle cuerda por la noche, y de marcarle el ritmo de las horas durante la jornada. Por ello no lo abandonó al olvido de las cosas inútiles. Cierto: no le servía de gran cosa. Pero lo mismo, cada noche, antes de acostarse cumplía con el rito de sacar el reloj del cajón, para darle fielmente cuerda a fin de que se mantuviera funcionando. Le corregía la hora más o menos intuitivamente recordando las últimas campanadas del reloj de la iglesia. Luego lo volvía a guardar hasta la noche siguiente en que repetía religiosamente el gesto.
Un buen día, la población fue nuevamente sacudida por una noticia. ¡Retornaba el relojero! Se armó un enorme revuelo. Cada uno comenzó a buscar ansiosamente entre sus cosas olvidadas el reloj abandonado por inútil a fin de hacerlo llegar lo antes posible al que podría arreglárselo. En esta búsqueda aparecieron cartas no contestadas, facturas no pagadas, junto al reloj ya medio oxidado.
Fue inútil. Los viejos engranajes tanto tiempo olvidados, estaban trabados por el óxido y el aceite endurecido. Apenas puestos en funcionamiento, comenzaron a descomponerse nuevamente: a uno se le quebraba la cuerda, a otro se le rompía un eje, al de más allá se le partía un engranaje. No había compostura posible para objetos tanto tiempo detenidos. Se habían definitiva e irremediablemente deteriorado.
Solamente uno de los relojes pudo ser reparado con relativa facilidad. El que se había mantenido en funcionamiento aunque no marcara correctamente la hora. La fidelidad de su dueño que cada noche le diera cuerda, había mantenido su maquinaria lubricada y en buen estado. Bastó con enderezarle el eje torcido y colocar sus piezas en la posición debida, y todo volvió a andar como en sus mejores tiempos.
La fidelidad a un cariño había hecho superar la utilidad, y había mantenido la realidad en espera de tiempos mejores. Ello había posibilitado la recuperación.
La oración pertenece a este tipo de realidades. Tiene mucho de herencia, poco de utilidad a corta distancia, necesidad de fidelidad constante, y capacidad de recuperación plena cuando regrese el relojero.

Mamerto Menapace en Cuentos Rodados.

La gravedad de la vida y de la muerte (cuento)

Un profundo barranco nos devoró las piernas durante varias horas. El sol caía plomizo sobre nuestras espaldas; entre las profundidades de las yungas anduvimos, machete y hombre, fogoneando la esperanza, abriendo paso a la columna que de a poco se despeñaba por la gruesa estampida del calor izado desde el barro húmedo y gredoso.
A lo lejos una bandada de pájaros cortó la quietud de la mañana ya antigua. Rasaron sobre nuestros cascos, eran guacamayos azules que de pronto le devolvieron la vida a nuestro camino. Un ruido a furia de agua comenzó a endulzarnos la fatiga. Buscamos su paso. Cuando encontramos el peso del río violento algunos de nuestros compañeros se precipitaron a refrescarse. 
Era el primer contacto con agua, luego de andar por la espesura selvática entre el barro y los animales, las enfermedades y las desesperanzas. ¿Era esta la exigencia que nos pedía la revolución? ¿El dolor extremo, la clandestinidad, el olvido de nuestros seres queridos? ¿Defender la Patria Grande contra la intromisión constante del imperio, mientras el resto duerme en la tranquilidad de su casas?
Renegaba en mis pasos consumidos por el pensamiento huraño. Recordaba las palabras de Camilo Torres, buscar a través de medios eficaces la felicidad de todos, amar así verdaderamente a los empobrecidos de nuestro continente. Mi mente vagabundeaba, increpándome, rasgándome la conciencia cristiana, revolucionaria, socialista. 
Miré el agua con su traje de vida y recuperé el optimismo. Cuatro compañeros se desprendieron de la columna, llegaron a la orilla, comenzaron a desnudarse, cuando tomaron contacto con la comisura del río una ráfaga de metralla ardió desde una barricada en la otra orilla. Aquel ramalazo de fuego y plomo dejó tres cadáveres en la arena.
- ¡Carajo, los gringos! – grito Arnulfo Rojas tirándose al piso 
Tomamos resguardo de inmediato. Dos hombres en el agua boqueaban su último aliento sobre la corriente rojamente enardecida de muerte. Aquella línea de fuego descargó su ensañamiento sobre nuestros cuerpos. Silbaban en nuestras cabezas como avispas enojadas las balas del enemigo. Nos cubrimos tomando una posición de fuego favorable.
Cuando estuve a salvo, comencé a leer los disparos buscándole el origen. De cuclillas detrás de un paraíso robusto, coloqué mi ojo sobre la mira del rifle hacia la barricada. La posición aquella permitía desnudar la presencia del ejército de aquel dictador.
Totalmente descubiertos, eran dos; juro que odié aquel momento. El sol se ponía de azufre y descansaba su rigor sobre mi parietal. Ejecuté con calma dos disparos certeros; pude observar el desplomo del primer soldado, el segundo, sorprendido, no pudo huir a tiempo y fue destrozado en la ejecución.
Apenas disparé, volví mi espalda para apoyarla sobre el paraíso que se mantenía erguido, atestiguando mi terrible miedo. Respiraba hondo, asustado; era mi primer disparo sobre un ser humano.
- ¡Vamos al foco Antonio! – gritó Ceferino Roldán, advirtiéndome que revisarían la zona y yo debía resguardar sus espaldas.
Afirmé con la cabeza e hice un gesto de movimiento con la mano derecha mientras sostenía con el antebrazo izquierdo mi fusil caliente. El silencio azotaba junto al sol mi espinazo con un escalofrío duro; la adrenalina me salía por las uñas, me rascaba la cara, todo era como un pesado sueño.
El río incrementó su fuerza. Tres compañeros procuraron retener sin suerte los cuerpos sin vida de los caídos por el fuego enemigo. La vehemencia del agua no permitía a la pequeña tropa alcanzar la otra orilla. Los soldados hacían grandes pasos para cruzar, el agua les cubría hasta las rodillas, los fusiles eran alzados con las dos manos para evitar humedecer la pólvora. 
Jamás mis manos habían dado muerte a nadie. No podía creer que éstas manos hubieran quitado de la faz de la tierra a un ser. Con la mira puesta sobre la barricada enemiga buscaba percibir un mínimo movimiento, los cuerpos yacían. Decidí salir de mi escondite. Fue una pésima decisión. El fusil apuntaba hacia la dirección de los cuerpos pero descuidé el frente. 
- ¡Cúbrenos las espaldas, mierda! – se enfureció Ceferino.
Cuando volví mis ojos a la mira, pude observar que un tercer hombre se alzaba con las metrallas de los dos caídos y gritó:
-¡Mueran, indios de mierda!
En el mismo momento que gatilló sobre sus armas, le acerté un primer impacto sobre el hombro provocando una ráfaga de metrallas como una víbora desbocada que se arrastraba por todos lados. Mis compañeros disparaban, buscaron refugio en vano sobre el corazón del río, pero sin demora le acerté un segundo impacto que le ingresó por el cuello y un movimiento reflejo hizo que se cubriera de inmediato la garganta que se teñía de púrpura, cayendo inerme hacia adelante.
Los ojos de ese hombre se abrían grandes, yo podía verlos a través de la distancia, quizás sorprendidos de hallar la muerte se agigantaron hasta perecer. Ese hombre no buscaba la muerte, pero la halló sobre la cumbre del medio día. Ninguno de nosotros vino a buscar la muerte. Juro que lo vi en sus ojos, ese hombre vino a buscar la gloria y encontró este final. Los ojos bien abiertos, sorprendidos, comenzaron a llenarse de moscas cuando cayó duro junto a sus compañeros desvanecidos.
Por fin la columna alcanzó la otra orilla. Yo hice lo mismo, con una esperanza ciega de encontrar a aquellos hombres con vida, de no sentirme un asesino. Los soldados revisaron las pertenencias, se peleaban por ellas. Uno se probó la camisa manchada con la sangre final. Otro se guardó un anillo de oro, otro tomó una medalla del Jesús Redentor, las botas eran reñidas por dos soldados tupizeños. Cuando llegué, los tres cadáveres ya estaban casi desnudos. Yo tomé un cuchillo que reposaba cerca de su bota. 
Tirado junto a la mano derecha de un combatiente, una fotografía. Limpié la sangre que la cubría. Una mujer hermosa abrazaba al hombre, dos niños sonreían con una belleza parecida a la felicidad. Digo, a ese momento de la vida en que ella nos golpea la puerta y nos invita franca a su morada. Aquel hombre había conocido la felicidad que yo anhelaba buscar con la revolución. Con este grupo armado quería buscar algo que nos pertenecía a todos. 
Aquel hombre partía desde la felicidad, tenía una familia, una mujer que aguardaba su regreso. Dos niños que veían cada mañana inútilmente el retorno de su padre. Una mujer se recostaba sobre una almohada cálida pronunciando su nombre. 
Yo contemplaba la fotografía. Una lágrima quiso lacerarme. Una mujer lo soñaba y yo le había quitado la vida. Yo, que no era soñado por nadie, que nadie me esperaba en un sueño, sin mujer que aguardara por las noches mi regreso. Ningún tejido del insomnio era empuñado por una mujer. Al menos por la que yo amo. 
Con estos mismos dedos, con los que una vez dibujé los labios de aquella mujer dormida. Con este mismo índice que recorría sus lunares, que los contaba, que surcaba su espalda rosada y pura. Con esta mano que le escribió los versos más nutridos del amor, con esta misma mano pude detener la vida. Con la mano de dar amor, di también la muerte. Cruzó un rayo negro sobre mi frente. Quise volverme María a tus brazos, a tu sonrisa tierna. Quise tirar el fusil, abandonarlo, correr a tu lado. Te imaginaba, tú chica de bien, sin coincidir conmigo en la revolución, juzgándome, enjuiciándome por asesinar a un ser humano, por darle muerte. Enojada, explicándome una y mil veces que la violencia no soluciona nada. Y yo sollozando por tu encono. 
Me había descubierto, sobre el río Tupiza, como un desdeñable asesino. El bautismo de fuego me había dado un nuevo espíritu. Quise hacerme fuerte. 
- Volvamos al camino - dijo Ceferino, nos aguardan en la vertiente.
Yo dejé a los hombres tirados, me persigné tres veces. Te imaginaba diciéndome que Dios no justifica ninguna muerte, que soy una contradicción andante. Estrujé fuerte mi fusil y seguí la columna. Intenté dejarte en aquel costado del río. Fue inútil. Volvería a descubrirte como una pesada mochila sobre mis espaldas algunas leguas más adelante.
Ya no era el mismo, el fuego me había devorado el alma. La revolución murió en el horizonte de mi vida. De manera egoísta apareciste tú y quise dejarlo todo por correr a tus brazos. Preso de mi libertad, de elegir este camino seguí andando bajo el grillete del orgullo. No sabía que matar tenía este agrio sabor a justicia. El sol rompía con sus olas de fuego mi cuerpo débil y tu recuerdo ardientemente vivo me incendiaba en las manos de asesino, tú cada vez más lejos y a mí me dañaba el oscuro olor a muerte que tiene la libertad en este continente, que solía ser un paraíso.

Alejandro Marcelo Corona en http://servicioskoinonia.org/

jueves, 4 de diciembre de 2014

La moral cristiana no condena al cuerpo

Sé que algunos cristianos confundidos han hablado como si el cristianismo pensara que el sexo, o el cuerpo, o el placer fueran malos en sí mismo. Pero se equivocaban. El cristianismo es casi la única de las grandes religiones que aprueba el cuerpo totalmente, que cree que la materia es buena, que Dios mismo tomó una vez un cuerpo humano, que recibiremos alguna especie de cuerpo en el cielo y que éste será una parte esencial de nuestra felicidad, de nuestra belleza y nuestra energía. El cristianismo ha glorificado el matrimonio más que ninguna otra religión, y casi toda la mejor poesía de amor del mundo ha sido escrita por cristianos.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

La ignorancia de la maldad en la maldad

Cuando un hombre se hace peor, comprende cada vez menos su maldad. Un hombre moderadamente malo sabe que no es muy bueno: un hombre totalmente malo piensa que está bastante bien. Esto, después de todo, es de sentido común. Esto, después de todo, es de sentido común. Comprendemos el sueño cuando estamos despiertos, no mientras dormimos. Podemos ver errores en aritmética cuando la mente no funciona correctamente; cuando los estamos cometiendo no podemos verlos. Podemos comprender la naturaleza de la borrachera cuando estamos sobrios, no cuando estamos borrachos. La buena gente conoce lo que es el bien y lo que el mal; la maña gente no conoce ninguno de los dos.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

La moral cristiana es transformadora del núcleo de la persona

La gente a menudo piensa en la moral cristiana como una especial de trato en el que Dios dice: "Si guardáis una serie de reglas os recompensaré, y si no lo guardáis haré lo contrario". Yo no creo que ésta sea la mejor manera de considerarla.

Preferiría con mucho decir que cada vez que hacéis una elección estáis transformando en el núcleo central de lo que sois en algo ligeramente diferente de lo que erais antes. Y considerando vuestra vida como un todo, con todas sus innumerables elecciones, a lo largo de toda ella estáis trasformando este núcleo central en una criatura celestial o en una criatura infernal: en una criatura que está en armonía con Dios, con las demás criaturas y con sí misma, o en una que está en un estado de guerra con Dios, con sus congéneres y con ella misma. Ser la primera clase de criatura es el cielo: es alegría, y paz, y conocimiento y poder. Ser la otra clase de criatura significa locura, el horror, la imbecilidad, la rabia, la impotencia y la soledad eterna. Cada uno de nosotros, en cada momento, progresa hacia un estado o hacia otro.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Actos externos y elecciones morales. Diferencias.

El material psicológico malo no es un pecado sino una enfermedad. No necesita del arrepentimiento sino de la curación. Y por cierto, esto es muy importante. Los seres humanos se juzgan unos a otros por sus actos externos. Dios los juzga por sus elecciones morales. Cuando un neurótico que tiene un terror patológico de los gatos se obliga a sí mismo a coger un gato por una buena razón, es bastante posible que a los ojos de Dios haya demostrado tener más coraje que un hombre sano que gane las olimpiadas. Cuando un hombre que ha sido pervertido desde su juventud y al que se le ha enseñado que la crueldad es lo natural hace una buena acción, por pequeña que sea, o se abstiene de algún acto de crueldad que podría haber cometido, arriesgándose por tanto a las burlas de sus compañeros, es posible que a los ojos de Dios esté haciendo más que vosotros o yo si renunciásemos a la vida misma por un amigo.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Renuncia no cristiana

Una de las particularidades de un cierto tipo de mala persona es que no puede renunciar a una cosa por sí solo sin querer que todos los demás renuncien también a ella. Ése no es el comportamiento cristiano. Un cristiano puede creer conveniente renunciar a toda clase de cosas por razones especiales: el matrimonio, la carne, la cerveza o el cine, pero en el momento en que empieza a decir que esas cosas son malas en sí, o a mirar con desprecio a otras personas que las practican, ha escogido el camino equivocado.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Virtudes teologales y cardinales

Hay siete virtudes. Cuatro de ellas se llaman cardinales, y las tres restantes se llaman teologales. Las virtudes cardinales son aquellas que reconoce toda la gente civilizada; las teologales son aquellas que, principalmente, solo conocen los cristianos [fe, caridad y esperanza] (...). (La palabra "cardinales" no tiene nada que ver con los "Cardenales" de la Iglesia Católica. Proviene de una palabra griega que significa "el gozne de una puerta". Se llamaron virtudes cardinales porque cumples, por así decirlo, la función de un eje o pivote). Éstas son: prudencia, templanza, justicia y fortaleza.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Necesidad de hombres nuevos

"Sin hombres buenos no es posible una sociedad buena".
C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Las partes de la moral

Resulta muy equívoco llamar ideal a la perfección moral. Cuando un hombre dice que una cierta mujer, o casa, o barco o jardín es su ideal, no quiere decir, a menos que sea un idiota, que todos los demás deberían tener el mismo ideal. En esos temas tenemos derecho a tener gustos diferentes y, por tanto, ideales diferentes. Pero es peligroso describir a un hombre que intenta con todas sus fuerzas guardar la ley moral como alguien que tiene "altos ideales", porque podría llevarnos a pensar que la perfección moral es un gusto privado de ese hombre y que el resto de nosotros no estamos llamados a compartirla. Esto sería un error desastroso. Puede que el comportamiento perfecto sea tan difícil de alcanzar como el perfecto cambio de marchas cuando conducimos un automóvil, pero es un ideal necesario que se le recomienda a todos los hombres por la naturaleza misma de la máquina humana, del mismo modo que el cambio de marchas perfecto es un ideal recomendado a todos los conductores por la naturaleza misma de los coches. Y sería aún más peligroso pensar en uno mismo como una persona de "altos ideales" porque uno intenta no mentir en absoluto (en vez de decir solo unas pocas mentiras), o nunca cometer adulterio (en vez de cometerlo muy de vez en cuando), o no ser un fanfarrón (en vez de serlo moderadamente). Esto podría llevarnos a convertirnos en vanidosos y a pensar que somos personas bastantes especiales que merecen ser felicitadas por su "idealismo". En realidad, sería lo mismo que esperásemos ser felicitados porque, cada vez que hacemos una cuenta, intentamos que nos salga bien. Sin duda la perfección aritmética es un "ideal"; es verdad que cometeremos algún error en ciertos cálculos. Pero no hay nada de extraordinario en intentar ser exactos en todos los pasos de todas las cuentas. Sería una estupidez no intervalo, ya que cualquier error nos causará problemas más adelante. Del mismo modo, todo fracaso moral nos causará problemas, seguramente a los demás y ciertamente a nosotros mismos. Al hablar de reglas y obediencia en vez de "ideales" e "idealismo" nos ayudamos a nosotros mismos a recordar estos hechos.

Y ahora vayamos un paso más adelante. Hay dos maneras en las que la máquina humana se estropea. Una de ellas ocurre cuando los individuos se apartan unos de otros, o chocan entre sí causando daño, engañándose o agrediéndose. La otra tiene lugar cuando las cosas se estropean dentro del individuo... cuando las diferentes partes que lo componen (sus diferentes facultades, deseos, etc.), se separan entre sí o interfieren unas con otras. Podéis haceros una idea bastante clara sin pensáis en otros como una flota de barcos navegando en perfecta formación. El viaje será un éxito solo si, en primer lugar, los barcos no chocan unos con otros o se cruzan en sus trayectorias y si, en segundo lugar, cada barco está en buen estado y sus máquinas funcionan como deben. De hecho, no es posible tener una de estas cosas sin la otra. Si los barcos no hacen más que colisionar no podrán seguir navegando por mucho tiempo. Por otro lado, si sus timones están estropeados no podrán evitar la colisión. O, si preferís, pensad en la humanidad como en una orquesta que toca una melodía. Para obtener un buen resultado son necesarias dos cosas. El instrumento individual de cada miembro de la orquesta debe estar afinado, y cada uno de ellos debe entrar en el momento indicado para combinar con los demás.

Pero hay una cosa que aun no hemos considerado. No hemos preguntado adonde se dirige la flota, o qué pieza de música está intentando tocar la orquesta. Puede que todos los instrumentos estén afinados y que todos entren a tocar en el momento indicado, pero así y todo la actuación podría no ser un éxito si la orquesta hubiera sido contratada para tocar música bailable y en realidad no tocara otra cosa que marchas fúnebres. Y por bien que navegase la flota, su viaje podría resultar un fracaso si su destino final fuese Nueva York y llegase en cambio a Calcuta.

La moral, pues, parece ocuparse de tres cosas. La primera, de la justicia y la armonía entre los individuos. La segunda, de lo que podríamos llamar ordenar o armonizar lo que acontece en el interior de cada individuo. Y la tercera, del fin general de la vida humana como un todo, aquello para lo que el hombre ha sido creado; el rumbo que debería seguir toda la flota; la canción que el director de la orquesta quiere que ésta toque.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

martes, 2 de diciembre de 2014

La violencia

La violencia es lo que aparece cuando se acaban los argumentos.
Joaquín Fernández

Dios no nos ama por ser buenos

Dios no nos ama porque seamos buenos, sino que Dios nos hará buenos porque nos ama, del mismo modo que el tejado de un invernadero no atrae el sol porque es brillante, sino que se vuelve brillante porque el sol brilla sobre él.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Jesús NO es solo un maestro moral

Un hombre que fue meramente un hombre y que dijo las cosas que dijo Jesús no sería un gran maestro moral. Sería un lunático (en el mismo nivel del hombre que dice ser un huevo escalfado) o si no sería el mismísimo demonio. Tenéis que escoger. O ese hombre era, y es, el Hijo de Dios, o era un loco o algo mucho peor. Podéis hacerle callar por necio, podes escupirle y matarle como si fuese un demonio, o podéis caer a sus pies y llamarlo a Dios y Señor. Pero no salgamos ahora con insensateces paternalistas acerca de que fue un gran maestro moral. Él no nos dejó abierta esa posibilidad. No quiso hacerlo.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

La maldad

La maldad, cuando se le examina, resulta ser la persecución de algún bien de una manera equivocada.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Idea de justicia para la idea de Dios

Mi argumento en contra de Dios era que el universo parecía tan injusto y cruel. ¿Pero cómo había yo adquirido esta idea de lo que era justo y lo que era injusto? Un hombre no dice que una línea está torcida a menos que tenga una idea de lo que es una línea recta. ¿Con qué estaba yo comparando este universo cuando lo llamaba injusto? Si todo el tinglado era malo y sin sentido de la A a la Z, por así decirlo, ¿por qué yo, que supuestamente formaba parte de ese tinglado, me encontraba reaccionando tan violentamente en su contra? Un hombre se siente mojado cuando cae el agua porque el hombre no es un animar acuático: un pez no se sentiría mojado. Por supuesto que yo podía haber renunciado a mi idea de la justicia diciendo que ésta no era más que una idea privada mía. Pero si lo hacía, mi argumento en contra de Dios se derrumbaba tambien..., ya que el argumento dependía de decir que el mundo era realmente injusto, y no simplemente que no satisfacía mis fantasías privadas. Así, en el acto mismo de intentar demostrar que Dios no existía -en otras palabras, que toda la realidad carecía de sentido - descubrí que me veía forzado a asumir que una parte de la realidad (específicamente mi idea de la justicia) estaba llena de sentido. En consecuencia, el ateísmo resulta ser demasiado simple. Si todo el universo carece de significado, jamás nos habríamos dado cuenta de que carece de significado, del mismo modo que, si no hubiera luz en el universo, y por tanto ninguna criatura tuviera ojos, jamás habríamos sabido que el universo estaba a oscuras. La palabra oscuridad no tendría significado.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Verdadero Progreso

Progreso significa acercarse más al lugar donde se quiere estar. Y si os habéis desviado del camino, avanzar hacia adelante no os acercará más a él. Si estáis en el camino equivocado, el progreso significa dar un giro ciento ochenta grados y volver al camino correcto, y en este caso, el hombre que se vuelve antes es el hombre más progresista.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

Pistas para una moral natural

Sé que algunos dicen que la idea de la ley de la naturaleza o del comportamiento decente conocida por todos los hombres no se sostiene, dado que las diferentes civilizaciones y épocas han tenido pautas morales diferentes. Pero esto no es verdad. Ha habido diferencias entre sus pautas morales, pero éstas no han llegado a ser tantas que constituyan una diferencia toda. Si alguien se toma el trabajo de comparar las enseñanzas morales de, digamos, los antiguos egipcios, babilonios, hindúes, chinos, griegos o romanos; lo que realmente le llamará la atención es lo parecidas que son entre sí y a las nuestras.

(...)

Piénsese en un paús en el que la gente fuese admirada por huir en batalla, o en el que un hombre se sintiera orgulloso de traicionar a toda la gente que ha sido mas bondadosa con él. Lo mismo daría imaginar un país en el que dos y dos sumaran cinco. Los hombre han disentido en cuanto a sobre quiénes ha de recaer nuestra generosidad - la propia familia, o los compatriotas, o todo el mundo-. Pero siempre ha estado de acuerdo en que no debería ser uno el primero. El egoísmo nunca ha sido admirado. Los hombres han disentido sobre si deberían una o varias esposas. Pero siempre han estado de acuerdo en que no se debe tomar a cualquier mujer que se desee.

C.S. Lewis en Mero Cristianismo.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Guerras calladas

Hoy (17 de octubre) es el Día contra la pobreza.
La pobreza no estalla como las bombas, ni suena como los tiros.
De los pobres, sabemos todo: en qué no trabajan, qué no comen, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no tienen, qué no piensan, qué no votan, en qué no creen.
Solo nos falta por qué los pobres son pobres.
¿Será porque su desnudez nos viste y su hambre nos da de comer?

Eduardo Galeano en "Los Hijos de los días".

Hombre de color

"Querido hermano blanco:
Cuando yo nací, era negro.
Cuando crecí, era negro.
Cuando me da el sol, soy negro.
Cuando estoy enfermo, soy negro.
Cuando muera, seré negro.
Y mientras tanto, tú:
Cuando naciste, eres rosado.
Cuando creciste. fuiste blanco-
Cuando te da el sol, eres rojo.
Cuando sientes frío, eres azul.
Cuando sientes miedo, eres verde.
Cuando estás enfermo, eres amarillo.
Cuando mueras, serás gris.
Entonces, ¿cuál de nosotros dos es un hombre de color?"

De Léopold Senghor, poeta de Senegal.

Eduardo Galeano en "Los Hijos de los días".

Ejemplo de los patos

Tecnología del vuelo compartido: el primer pato que levanta vuelo abre paso al segundo, que despeja el camino al tercero, y la energía del tercero alza al cuarto, que ayuda al quinto, y el impulso del quinto empuja al sector, que presta viento al séptimo.
Cuando se cansa, el pato que hace punta baja a la cola de la bandada y deja su lugar a otro, que sube al vértice de esa V que los patos dibujan en el aire.
Todos se van turnando, atrás y adelante; y ninguno se cree superpato por volar adelante, ni subpato por marchar atrás.

Eduardo Galeano en "Los Hijos de los días".

Un punto de vista

Todo punto de vista, es la vista de un punto.

Leonardo Boff en El águila y la gallina.

Perspectivas de las farmacéuticas

¿Buena salud? ¿Mala salud? Todo depende del punto de vista. Desde el punto de vista de la gran industria farmacéutica, la mala salud es muy saludable.

Eduardo Galeano en "Los Hijos de los días".

El mundo tal cual es

La segunda guerra mundial fue la que más gente mató en toda la historia de carnicerías humana, pero el conteo de víctimas se quedó corto.
Muchos soldados de las colonias no figuraron en la lista de los muertos. Eran los nativos australianos, hindúes, birmanos, filipinos, argelinos, senegaleses, vietnamitas, y tantos otros negros, marrones y amarillos obligados a morir por las banderas de sus amos.
Cotizaciones: hay vivientes de primera, segunda, tercera y cuarta categoría.
A los muertos les pasa lo mismo.

Eduardo Galeano en "Los Hijos de los días".

Bebo el agua que me bebe

Carlos y Gudrum Lenkersdorf habían nacido y vivido en Alemania.
En el año 1973, estos ilustres profesores llegaron a México. Y entraron al mundo maya, a una comunidad tojolabal, y se presentaron diciendo:
- Venimos a aprender.
Los indígenas callaron.
Al rato, alguno explicó el silencio:
- Es la primera vez que alguien nos dice eso.
Y aprendiendo se quedaron allí, Gudrum y Carlos, durante años de años.
De la lengua maya aprendieron que no hay jerarquía que separe al sujeto y al objeto, porque yo bebo el agua que me bebe y soy mirado por todo lo que miro, ellos aprendieron a saludar así:
- Yo soy otro tú
- Tú eres otro yo.


Eduardo Galeano en "Los Hijos de los días".

El peligro de jugar

En el año 2008, Miguel López Rocha, que estaba brincando en las afueras de la ciudad mexicana de Guadalajara, resbaló y cayó al río Santiago.
Miguel tenía ocho años de edad.
Murió envenenado.
El río contiene arsénico, ácido sulfhídrico, mercurio, cromo, plomo y furanos, arrojados a sus aguas por Avetis, Bayer, Nestlé, IBM, DuPont, Xerox, United Plastics, Celanese y otras empresas, que en sus países tienen prohibidas esas donaciones.
Eduardo Galeano en "Los Hijos de los días".

Astutos como serpientes y sencillos como palomas

"Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas".

Mateo 10,16

El placer de ir

En 1887 nació, en Salta, el hombre que fue Salta: Juan Carlos Dávalos, fundador de una dinastía de músicos y poetas.
Según dicen los decires, él fue el primer tripulante de un Ford T, el Ford a bigote, en aquellas comarcas del norte argentino.
Por los caminos venía su Ford T, roncando y humeando.
Lento, venía. Las tortugas se sentaban esperándolo.
Algún vecino se acercó. Preocupado saludo y comentó: Pero don Dávalos--- a este paso, no va a llegar nunca.
Y él aclaró: Yo no viajo por llegar. Viajo por ir. 

Eduardo Galeano en "Los Hijos de los días".