jueves, 18 de febrero de 2016

Situación del hombre en el mundo

¿Cuál es esa vivencia básica que determina nuestra situación en el mundo? Es la que surge de la triple coordenada con la cual se teje nuestra existencia: muerte, vida y convivencia.
Nacemos y nos encontramos en la vida llevados constantemente por un deseo. La vida se sustenta espontáneamente en un puro deseo de satisfacción egocéntrica. La “guagua” no puede soportar que su deseo no sea cumplido. Confunde la realidad con su propio deseo; esa realidad debe someterse siempre a un impulso egocéntrico de satisfacción. Esa estructura espontánea del ser humano recibe, en psicología profunda, el nombre de narcicismo.
Ahora bien, el tiempo en que podemos mantener con cierta tranquilidad nuestro narcisismo es corto: el período intrauterino o fetal – que constituye el sueño paradisíaco del deseo narcisista –, y quizás los dos primeros años de vida. Pero, en seguida, la realidad ajena a nuestro deseo espontáneo comienza a hacerse sentir con fuerza. Ya el mismo acto de nacer constituye la primera gran frustración del deseo. Debemos renunciar a la pura pasividad fetal y afrontar el mundo, con su oposición a nuestro deseo narcisista. Por eso el ser humano nace llorando. (…)
EL PROBLEMA DE LA MUERTE
El deseo egocéntrico de satisfacción es, antes que nada, deseo de vivir. Ahora bien, la existencia nos impone un límite absolutamente insuperable y frustrante del deseo: la muerte.
El obstáculo de la muerte se nos hace más patente en determinadas circunstancias (muerte de los seres más queridos, peligros graves de la propia muerte…). En esas situaciones la vida llega a achicarse tanto, que nos parece como si todo se muriese a nuestro alrededor. Todo se ensombrece y parece inconsistente. Cuántas veces hemos oído hablar de enamorados que, al separarlos la muerte, se suicidan o se sienten absolutamente incapaces de seguir viviendo, puesto que todo se ha muerto para ellos. Esta sensación puede parecernos irreal y debida a los “nervios”; sin embargo, en el fondo nos hace experimentar el problema radical de la muerte. ¿En qué consiste esa radicalidad del problema? En lo siguiente: el hombre se encuentra en la existencia como el único consciente. Esa conciencia lo hace precisamente hombre o mujer. Vive y sabe que vive. Este privilegio lo convierte en el único viviente absolutamente de una conciencia para tener sentido y ése es el hombre; por eso es el “rey de la creación”.
(…) El hombre, si bien es el único que sabe que vive, también es el único que sabe que va a morir. Esa conciencia hace del hombre el más desgraciado de los vivientes, puesto que es el único que conoce la frustración como ley básica de la existencia. Pero, además, esa situación convierte su existencia en un posible absurdo. En efecto, si bien solo él es capaz de dar sentido a todo, gracias a su conciencia, en cambio él mismo se encuentra amenazado por el fin de su conciencia dadora de sentido. (…)


EL PROBLEMA DE LA VIDA
La muerte es, sin duda, el principal problema de la vida. (…) Sin embargo, la vida constituye también un problema fundamental en sí misma. Tanto es así que una vida sin muerte podría constituir para muchos, o quizás para todos, un problema mayor que el que plantea la perspectiva de morir. En efecto, la muerte (…) puede aparecer a menudo como la solución al problema de la vida, a su monotonía, a su vacío, al sentimiento radical de sinsentido. La vida, de hecho, puede experimentarse como tremendamente decepcionante y hasta absurda  en ella misma, (…), puede reducirse a “pasar la vida”: trabajar para comer, comer para trabajar y eso hasta morir; y de ahí otros siguen en el mismo ciclo indefinidamente. Necesitamos hacer “obras” que duren para evitar esa sensación angustiante de inconsistencia. Pero estas obras, ¿no camuflan precisamente el problema básico de la vida? ¿No queda el hombre finalmente siempre solo en su conciencia? ¿O no sería una solución más “práctica” simplemente quedarme con el pedazo de placer que la vida quisiera brindarme? Pero si ésa es la solución, haríamos imposible la cultura y, finalmente, la vida del hombre: pues caeríamos nuevamente en la ley de la selva. (…)

EL PROBLEMA DE LA CONVIVENCIA
Lo dicho anteriormente lleva a plantearse el problema de la convivencia. Y es quizás este punto donde la existencia resulta más penosa (…), ¿hasta qué punto es realmente posible la convivencia sincera o el amor desinteresado?.
Si reseguimos la historia de la humanidad, podemos constatar con facilidad que los móviles históricos y los sucesos que marcan la historia no son precisamente factores de convivencia o de amor, sino más bien de “victorias” o “derrotas”, es decir, de vencedores y vencidos. Y los “armisticios” o pactos de convivencia suelen ser imposiciones del más fuerte sobre el más débil. (…). La situación humana latente no es la de tender a la convivencia, sino a la voluntad de poder. (…). Los móviles naturales del ser humano no son precisamente altruistas. El egocentrismo radical del psiquismo del hombre marca todas sus actuaciones; en muchos casos aparece a primera vista la tendencia espontánea de buscar mi interés aunque sea a costa del interés del vecino. Y cuando el egocentrismo parece ausente, no es difícil detectarlo camuflado en nuestros mismos actos “altruistas” o benéficos. (…)
El amor, ¿es realmente posible en definitiva? ¿O no es quizás más que una forma “camuflada” de egocentrismo? ¿No será, pues, una triste realidad de la experiencia que la antigüedad clásica formuló con la famosa frase “Homo homini lupus” (…)? Ahora bien, la falta de convivencia se presenta como eminentemente problemática no cuando el hombre resulta ser un lobo para otro lobo, sino cuando aparece siendo un lobo para una oveja. Es el problema agudo de la injustica (…).  

Antonio BENTUE (1995). Opción Creyente

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