viernes, 19 de febrero de 2016

Conclusiones de "Muerte y Búsquedas de Inmortalidad"

Hablar sobre la muerte es enfrentarse al enigma fundamental de la existencia humana, no porque el proceso biológico de descomposición del cadáver resulte incomprensible en sus mecanismos naturales, sino por la incógnita sin solución que tal desenlace le plantea a la conciencia, al ver en ello el inevitable absurdo de toda vida, por el hecho de estar siempre destinada a desaparecer. Sin embargo, precisamente a partir de ahí surge la porfiada y universal intuición humana de que la vida debe tener sentido y, por lo mismo, la muerte, como aniquilación del yo, no puede constituir la última palabra de la existencia, sino que debe poder ser el "umbral de entrada" a al realidad de un "más allá" que pueda dar sentido a los cuestionamientos más fundamentales del "más acá".

Resulta notable constatar cómo el ser humano, desde el comienzo de su historia y a lo largo de ella, se ha centrado en el problema de la muerte, proyectando siempre, de diversas formas, la esperanza en un "Más Allá", ya sea en la forma heroica de Gilgamesh, recorriendo arduos caminos para llegar aun desenlace frustraste frente al destino "mortal", o abriéndose a la esperanza con el mito de la fertilidad asociado a Ishtar y Tammuz, que culmina con un canto de vida primaveral: "puedan los muertos levantarse para oler el incienso". En otro contexto, se buscan mediaciones por medio de las cuales garantizar el acceso a la "vida inmortal" de los dioses, gracias a rituales mágicos con los cuales poder forzar la entrada a lo desconocido, tal como lo practicaban los antiguos egipcios en sus rituales mortuorios.

Pero, sin duda, las búsquedas más notables de inmortalidad se encuentran en los "cultos mistéricos", cuyos prototipos más antiguos son el de la muerte y resurrección de Osiris, en Egipto, y el descenso-ascenso de Istahr y Tammuz, en Mesopotamia. Grupos humanos de diversas culturas buscaban vincularse a mediadores míticos que morían y resucitaban, o que descendían al Hades para salir después de él, garantizando así el ciclo de fertilidad de la tierra y de los animales, como también el acceso a la inmortalidad para los "iniciados" que hubieran participado en estos cultos. Esa "iniciación" podía a veces ser meramente "ritual", o implicar también formas de comportamiento ético que condicionaban el éxito del acceso al Más Allá y, por lo mismo, la eficacia del "rito mistérico". Sin embargo, la ética era a menudo sustituida por formas rituales estrictas, cuyo cumplimiento garantizaba el logro de la inmortalidad deseada, o bien iba asociada a posibles "reencarnaciones" que permitieran ir avanzando progresivamente, en vidas sucesivas, hasta llegar al Descanso definitivo del alma en los Campos Elíseos, ya sea bajo tierra, o en espacios celestes situados en la luna o en las estrellas.

Pudimos ir siguiendo las vieras formas en que, con una fuerza a menudo orgiástica, se expresa esa búsqueda desesperada de inmortalidad. Ritos misterios vinculados a los procesos de fertilidad de la tierra y de los animales, los cuales, celebrados en medio del "éxtasis" etílico y sexual, pudieran garantizar la sobrevivencia, gracias a la vitalidad del grano que, una vez podrido en el seno de la tierra, surge en forma de espiga, para ser de ahí arrancado y pisoteado hasta convertirse en harina molida, para alimento de otros vivientes. O bien, ritos o también a actos de castración (Attis), que, paradójicamente, puedan ser capaces de garantizar nueva vida, por la fuerza inherente al acto "sacrificial" mismo.

Dentro de ese esquema "pascual" se ubica el núcleo de la tradición cristiana, con su anuncio kerigmático (muerte-resurrección, así como descenso y ascenso) y la actualización cultual, de ese acontecimiento anunciado, en el Bautismo ("iniciación") y la Eucaristía (anamnesis). Ello convierte al cristianismo, desde el punto de vista de la historia de las religiones, en una religión del tipo "mistérico". Sin embargo, el origen de esa "fe pascual", que constituye la esencia del cristianismo, tiene sus raíces en el mismo contexto arameo palestino en que vivió Jesús de Nazaret. El desenlace cruento de su vida, "crucificado bajo Poncio Pilato", determinó inicialmente la dispersión de sus discípulos, frustrados por el fracaso del Maestro. Pero súbitamente éstos superaron el impacto, siendo capaces de salir a la calle e iniciar el anuncio del kerygma y de su celebración. De esta manera nació un "culto mistérico" nuevo,  pero, a ella vez, novedoso por su origen a partir del acontecimiento histórico de la muerte cruenta de Jesús de Nazaret, a quien sus discípulos confiesan haber "visto" resucitado, dando esa experiencia como razón profunda de su fulminante transformación, de ignorantes y cobardes, mientras vivieron con Jesús, en lúcidos y valientes, una vez que éste hubo muerto.

San Pablo recoge, en sus cartas, las "fórmulas kerigmáticas" que estos discípulos habían ya elaborado antes, cuando Saulo era un perseguidor, airado precisamente contra la fuerza que esos pobres discípulos mostraban en su predicación; pero, después, empacado él también por su propia "visión" del Resucitado, cambia radicalmente de actitud y se transforma él mismo en predicador de ese "misterio pascual" cristiano (apóstol). Su monoteísmo estricto de fariseo lo llevaba a considerar todo oculto "pagano" como obra de los demonios, sin embargo, el cambio experimentado por su experiencia personal del "Resucitado" transformó su vida y su mentalidad en forma radical, convirtiéndolo en un incansable predicador del kerygma cristiano.

Así, pues, resulta imposible que Pablo haya originado esa fe pascual a partir de los cultos mistéricos paganos, por el hecho de que las "fórmulas kerygmáticas" que él recoge en sus cartas, son todas ellas "prepaulinas". Por otro lado, su postura fariseo antipagana lo hacía también reacio de entrada a servirse de esos "cultos mistéricos" paganos para reinterpretar su experiencia religiosa, ahora cristiana.

La influencia mitificara de los "cultos misterios" paganos sobre la pascua cristiana solo pueden haberse producido más tarde, aun cuando esos cultos estuvieran presentes en ella ambiente cercano a la Palestina de la época de Jesús, debido a que los sencillos iniciadores de la fe cristiana eran ajenos a esa influencia, dependiendo totalmente de la enseñanza sinagogas y de la innovación planteada por su maestro indiscutible, Jesús. Y Pablo, por su parte, entra en escena cuando ya el kerygma está siendo predicado y celebrado en Palestina por la comunidad prepaulina. Por otro lado, tampoco el impacto original imperial, puesto que el apoyo del poder de Roma vino precisamente debido a la constatación de aquella fuerza impactante presente en los primeros cristianos, la misma que había hecho cambiar radicalmente de opinión y de actitud a Pablo. Es, pues, precisamente en ese impacto inicial, que está en la base de la primera predicación del kerygma y de su primera celebración eucarística, donde radica el enigma del origen del cristianismo, así como el carácter exclusivo de su fe, con respecto a los demás cultos mistéricos.

Pero ese kerygma es experimentado por sus fieles cristianos como un don incondicional que responde únicamente al designio gratuito de Dios, quien ha querido otorgar al hombre el acceso a su propia vida divina por mediación de Jesús, con quien Dios mismo se identifica personalmente, para que todo ser humano pueda, por medio de él, acceder a la inmortalidad, propia y exclusiva de Dios. La conciencia del carácter exclusivamente gratuito (don) del acceso a la vida inmortal desvinculó el culto pascual cristiano de la perspectiva mágica, así como lo llevó a ubicar la ética no como causa de ese desenlace inmortal, sino como consecuencia de la conciencia de la gratuidad de ese don, si bien las tendencias pelagianas y mágicas estarán siempre acechando como una constante tentación en la historia del cristianismo, desde sus mismos inicios hasta el día de hoy.

La fuerza imponente de las búsquedas humanas frente a la muerte, a veces brutales en sus formas, como lo es la misma muerte de que ahí se trata, hace que su seguimiento histórico resulte apasionante, al constatar la pluriforme búsqueda titánica del pobre ser humano enfrentado, como porfiado Sísifo, a su destino trágico y, aún así, luchando contra él con todos los medios disponibles a su alcance, puesto que Uno itinere non potest perveniri ad tam grande secretum.

Pero esa búsqueda heroica puede transformarse también en una poderosa "iluminación" del espíritu humano, capaz de experimentar, así, como el descanso (requietio) en la esperanza tranquila de saberse objeto de un designio divino de gracia incondicional, que lo mantiene y lo mantendrá siempre abierto al futuro de la Vida.

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