jueves, 18 de febrero de 2016

Primeros ritos mortuorios y la creencia en el ánima

Mientras no hay conciencia, el viviente mortal solo se preocupa de vivir, sin plantearse el problema de la muerte; pero, al emerger conciencia, surge la inquietud sobre la muerte, cuya previsión angustia al ser humano.

Sin embargo, esa angustia aparece de inmediato "controlada" por la convicción de que quien muere tiene en sí mismo un poder personal inherente a su cuerpo, que le permite sobrevivir más allá de la muerte y de la descomposición corporal que ella obviamente implica. De esta manera, los primeros vestigios claros de existencia humano que han podido ser mejor estudiados, los del "Sinántropo" (conocido también como "Homo Pekinensis") van vinculados a rituales mortuorios presentes junto a los restos del difunto, en el período del Pleistocene Medio chino (hace unos 5000.000 años). Lo mismo ocurrieron los restos, contemporáneos a los anteriores, encontrados en la isla de Java y conocidos como el "Pitecántropo erecto" (u "hombre de Java"). Em ambos casos aparece la evidencia de que al difunto se le había cortado la cabeza y le habían hecho un orificio en su parte occipital. Este mismo fenómeno mortuorio se encuentra verificado, mucho más tarde, en los restos funerarios descubiertos en diversas partes de Europa, en los numerosos esqueletos humanos del tipo "Neardenthal" (correspondientes a unos 100.000 años de antigüedad). En todos ellos, la decapitación del muerto, así como el orificio en la parte occipital del cráneo, lleva a concluir que le habían extraído el cerebro por ese hoyo, para comérselo en un banquete ritual, manteniendo además el cráneo como trofeo".

Esta práctica da probablemente el verdadero significado antropológico del canibalismo. Los primitivos no se comían a sus víctimas humanas por razones de mera alimentación, sino debido a que consideraban que en ellos había un poder que deseaban asimilar, ya sea para arrebatárselo con violencia, o bien, para tenerlo controlado o prolongarlo después de su muerte. En ambos casos, la muerte de estos personajes, cuyo cerebro era comido por otros, muestra la creencia de que hay algo en el ser humano que sobrevive a su muerte. Esa misma convicción se encuentra sin duda también presente en las tumbas de la época del Paleolítico Superior (hace unos 70.000 años), en la región francesa de Dordogne ("hombre de Cromagnon") y de la frontera italiana de Ventimiglia ("hombre de Grimaldi"). En éstas, aparecen los esqueletos con abundantes conchas marinas adornando sus cráneos, así como pintados sus huesos de color ocre rojizo. Sin duda, ambos elementos constituyen símbolos de la fuente de la vida. Y el hecho de enterrar a los difuntos con ese doble simbolismo muestra la creencia de que el difunto podía acceder a una nueva vida después de su muerte, volviendo a salir del seno de la madre, significado por las conchas marinas con que se los sepultaba. Esta asociación de la muerte con el símbolo femenino de fertilidad será frecuente en todo el período prehistórico, así como a lo largo de la historia de las religiones.

La evidencia constante sobre las creencias primitivas relativas a la muerte permite concluir que siempre el ser humano creyó en que los difuntos accedían a otra forma de vida. Para asegurarla mejor, y a la vez, hacérsela más fácil, se acompañaban los restos sepultados o incinerados del difuntos con elementos simbólicos de fertilidad (conchas) o de vida (ocre rojo, semejante a la sangre), además de utensilios y alimentos para que tuviera lo necesario en ese viaje al mundo de los muertos. De ahí que, junto a los restos del esqueleto humano, frecuentemente se hallen también huesos de animales, que probablemente fueron consumidos, en una especia de "banquete" mortuorio de comunión, dejando partes del animal enterradas junto a los restos del difunto para su alimentación en el más allá, de manera que el espíritu del difunto permanezca tranquilo en su nuevo lugar de reposo o de sobrevivencia  no siga "vagando" entre los vivos, reclamando, a sus antiguos familiares o amigos, el cumplimiento de algún deber ritual que no se le realizó adecuadamente.

Para los primitivos  no parece existir la idea de la "nada". Lo que ha  vivido, tendrá siempre que seguir viviendo, de una forma u otra. Esta dimensión del viviente, capaz de permitirle sobrevivir, más allá de la forma de vida que haya tenido en este mundo, es lo que generalmente llamamos "ánima", que el primitivo concibe como una sustancia invisible, semejante a la materia aérea, con ubicación concreta en el cerebro (de ahí que se lo coman, para asimilar su "ánima" poderosa); y que necesita conductos de entrada y salida, como son la nariz y la boca; además, puede usar los pies para escapar o "vagar" por otros lados. Por eso, se dan casos en que se colocan una especia de anzuelos amarrados a la nariz, al ombligo y a los pies de un enfermo, para que su "alma" no se escape del cuerpo, dejándolo muerto. El "anzuelo", o el "cepo" es de uso frecuente en la magia curandera para evitar la muerte del enfermo, o bien, si éste muere, para amarrar su alma, de forma que regrese al cuerpo de donde intentó escapar. Incluso a veces se considera que el "ánima" de una persona puede abandonar su cuerpo por un tiempo sin causarle la muerte, aunque es necesario que se le haga regresar lo antes posible, para evitar esa muerte definitiva.

En muchos pueblos primitivos el cadáver era incinerado. Y la destrucción del cuerpo por el fuego ha podido contribuir a la creencia en esa "ánima" separable del cuerpo, donde habita temporalmente, y que asciende al cielo junto al himno que emana de la incineración del cadáver.

El origen de la creencia universal en un "ánima" inherente al cuerpo vivo ha sido estudiada sobre todo por E.B. Tyler. Según él, provendría, en primer lugar, de las experiencias del sueño y de los estados extáticos. Al soñar o tener "voladuras", uno experimenta como si estuviera en otros lados e hiciera diversas actividades, a veces con fuerte impresión de realidad. Luego, al "volver en sí", o "despertar", de da cuenta de que cuerpo sigue donde estaba antes de esa impresión de escape. De ahí habría surgido la convicción de una realidad, presente en uno mismo, capaz de desvincularse del cuerpo para regresar después a él, o eventualmente para no volver a incorporarse de nuevo.

La muerte es, así vista como la salida sin regreso del "ánima", la cual puede quedar "vagando" en forma inquieta, por incumplimiento de algún requisito ritual que no le permite acceder al mundo del más allá, o bien puede ir a "animar" otro cuerpo (transmigración o reencarnación) (en esta creencia en ánimas, separadas de su cuerpo por la muerte, se funda otra forma de animismo, denominado "espiritismo", por medio del cual se pretende entrar en contacto "evocándolo", con el "espíritu" de un determinado difunto o antepasado.

La vinculación entre muerte y fertilidad, que ya señalé antes, al constatar el entierro primitivo de los muertos, adornándolos con conchas marinas y pintándolos con ocre rojo para asegurar su nuevo "nacimiento" a otra forma de vida, tiene también a veces un significado "sacrificial". La muerte cruenta del difunto es usada como mediación para impetrar, de los poderes de la naturaleza, la fertilidad de los animales. Así, en las culturas matriarcales primitivas se ofrece a la "madre de la tribu", o a la "vieja luna", la sangre del difunto, todavía fresca o, incluso, su corazón palpitante, los pulmones, el hígado, u otro órgano de su cuerpo. También se sacrifican a veces cuerpos de prisioneros, para el mismo fin.

Este mismo significado puede estar, según lo postula E. Durkheim, el origen del totemismo, al identificar el ancestro o fundador del clan con determinado animal: el tótem del clan. El ánima del ancestro, como padre protector del clan, lo protege para que nunca falte a sus miembros la caza para alimentarse. Pero ahí el "sacrificio" para garantizar mejor la abundancia de las presas y, por lo tanto, su fertilidad, tiene una forma distinta. Los miembros del clan se abstienen de cazar y comer el propio animal tótem, en el cual está "encarnado" el espíritu del ancestro o padre protector. Se da, así, la experiencia primitiva denominada "tabú"; es decir, el poder del ancestro muerto, pero encarnado en el animal "tótem", es temido, puesto que si se transgrede la prohibición de abstenerse de su casa, podría su espíritu ser afectado en su tranquilidad y ello provocar la infertilidad de los animales. Debe cumplirse, pues, con el tabú, absteniéndose de cazar el animar tótem, para evitar, que, con la transgresión del tabú, quede afectada la sobrevivencia del clan, al verse amenazada la abundancia y la fertilidad de las presas de caza.



Antonio Bentué (2002) en Muerte y búsquedas de inmortalidad.

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