viernes, 19 de febrero de 2016

Aportes propios del misterio cristiano a la reflexión sobre la muerte

En primer lugar, lo más notable que se destaca en la vivencia espiritual del primer cristianismo es su experiencia de la gratuidad de la salvación dada a través de la muerte y resurrección de Jesucristo. El antecedente judío que señalamos en el texto del "Siervo Sufriente" de Isaías contiene ya esa vivencia, al señalar:

"Todos nosotros andábamos como ovejas errantes, cada uno marchando por su propio camino, y Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros" (Is. 53,6)

Es decir, la salvación de Dios irrumpió, no como consecuencia de búsqueda humana alguna ni de méritos previos, sino motivada por el designio mismo de su Gracia Incondicional, como acto primero y no como respuesta a acción humana previa alguna. Dios irrumpió salvíficamente, cuando "todos nosotros estábamos en otra". Por lo mismo, la fe kerigmática, así como la celebración cultual del "rito eucarístico" que actualiza la Pascua cristiana, haciéndola "contemporánea" a todo hombre y mujer que lo celebre, en la fe, a lo largo de la historia, no constituye un recurso "mágico", por medio del cual el hombre haga lo suyo el poder divino vivificante del Jesús que murió y resucitó "por nosotros". No es un recurso que, gracias a estar iniciado en él, dé al creyente un "control" automático sobre ese poder divino. Dicho en otros términos, no se trata de un rito "mágico", sino de una celebración "sacramental". Lo cual implica que quien lo celebra está inserto en la fe de la comunidad eclesial que o ha transmitido, a partir del acontecimiento pascual mismo. Así, pues, en la misma celebración está contenida la experiencia de gratuidad universal. En este sentido, el concepto bíblico de misterio, señalado antes, tanto en las tradiciones apocalípticas, como en Qumram, en la tradición sinóptica y en la paulina, acentúa precisamente esa connotación de gratuidad universal del designio salvífico divino. Por lo mismo, no es como efecto de la fe de la Iglesia que la Fe pascual y el Sacramento (Bautismo y Eucaristía) da la salvación y es "garantía de resurrección" para quienes participan en él (Jn 6,54 y 58), sino que, por medio de ella, actúa el don gratuito de Dios. Lo cual, precisamente, hace posible que ese don (Gracia) pueda actuar también salvíficamente en todas las personas que honestamente no participen de esa fe de la Iglesia y de su sacramentalidad explícita.

En segundo lugar, esa misma experiencia radical de gratuidad, presente en la inspiración originaron de la fe pascual cristiana, conlleva la exclusión de las hipótesis de "reencarnaciones", que se encuentran en los diversos cultos misterios, así como en determinadas formas de "cristianismo" de tipo gnóstico. Precisamente porque es Dios quien gratuitamente ofrece el acceso a su realidad divina de Vida inmortal, y ésta no se logra como resultado automático de la fe pascual y de los ritos litúrgicos que la celebran, la esperanza en la "resurrección de la carne" se funda en el designio divino, revelado en el rostro de Jesús "extravertido" totalmente por los demás, que quiere comunicar su Vida a todos los seres humanos, debido a que su propia esencia es extroversión misericordiosa. El acceso a la Vida divina no puede lograrse por ningún medio, ni cultural ni religioso, si no es Dios mismo quien lo da por Gracia. Y siendo éste el designio de Dios, no se requieren reencarnaciones de ningún tipo, para llegar finalmente a conseguirlo como resultado de "ascesis" o "yogas" progresivos. Ésa fue la razón del rechazo de la comprensión gnóstica, así como de las tendencias posteriores del "pelagianismo" y de los diversos tipos de "puritanismo cátaro", por parte de la misma dirección magisterial de la Iglesia.

Sin perjuicio de lo anterior, la fe pascual propia del cristianismo primitivo nunca tuvo atisbo alguno de los elementos orgiásticos, oemofágicos o de ritos sexuales de fertilidad, que abundaban en los cultos mistéricos. Es interesante señalar como, en el nivel de redacción del Evangelio de Juan, se destaca el carácter "simbólico" y no "carnal" del rito eucarístico, aun cuando la afirmación inicial podría prestarse a una comprensión "omeofágica".

Aportes propios del misterio cristiano a la reflexiono sobre la muerte

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