lunes, 12 de enero de 2015

Crítica al absolutización del criterio de la utilidad

Podemos decir que el juego constituye la actividad improductiva por excelencia. Lo cual, lejos de suponer un reproche, significa su mayor alabanza. Efectivamente, equivale a definir el juego como actividad autónoma y soberana, en cuanto representa un fin en sí mismo y no un medio para la consecución de otros fines. Esto apenas puede entenderse hoy, pues vivimos en un mundo desquiciado donde el criterio de la utilidad prevalece absolutamente. La primera pregunta acerca de una cosa es para qué sirve. De ahí pasamos enseguida, insensiblemente, a hacer la misma pregunta referida a las personas; la valía de un hombre, como de cualquier otro utensilio, se medirá por su índice de rendimiento. Ser significa ser útil. Saber significa saber manipular.

Algo ocurre en el alma de un niño el día en que deja de preguntar ¿qué es esto?, y empieza a preguntar ¿para qué es esto? Todo tiene que servir para algo. Ya se percató de ello Pangloss: la nariz está hecha para llevar gafas. Yo mismo sentí un gran alivio cuando me di cuenta de que la corbata sirve para limpiar las gafas. ¿y la risa? La risa sirve para activar el diafragma. ¿Y el juego? El juego sirve para relajar la tensión, para descargar de manera inofensiva nuestra agresividad, para satisfacer aquellos deseos que, no pudiendo ser satisfechos realmente, lo son mediante simulacro o ficción. ¿Qué me dice de todo ello, querido amigo? Verdaderamente, vivimos en un mundo desquiciado y desgraciado.

(...)

Los valores importantes de la vida no tiene utilidad, no pueden tenerla, ya que esto supondría estar al servicio de otros valores. No tienen utilidad, no tiene sentido. Es menester proclamarlo bien alto, ni el juego, ni la oración, ni la alegría, ni el amor, ni la libertad, ni la contemplación estética, sirven para nada.

José María Cabodevilla en "La Jirafa tiene ideas muy elevadas" 

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