jueves, 15 de enero de 2015

Efectos de las palabras en los demás

Había una vez un samurai que era muy diestro con la espada y a la vez muy soberbio y arrogante. De alguna manera, él solo se creía alguien y algo cuando mataba a un adversario en combate y, por eso, buscaba continuamente ocasiones para desafiar a cualquiera ante la más mínima afrenta. Era de esta manera como el samurai mantenía su idea, el concepto de sí mismo, su férrea identidad.

En una ocasión, este hombre llegó a un pueblo y vio que la gente acudía en masa a un lugar. El samurai paró en seco a una de aquellas personas y le preguntó: 
- ¿Adónde van todos con tanta prisa?
- Noble guerrero - le contestó aquel hombre que, probablemente, empezó a temer por su vida -, vamos a escuchar al maestro Wei.
- ¿Quién es ese tal Wei?
- ¿Cómo es posible que no le conozcas, si el maestro Weri es conocido en toda la región?

El samurai se sintió como un estúpido ante aquel aldeano y observó el respeto que aquel hombre sentía por ese tal maestro Wei y que no parecía sentir por un samurai como él. Entonces decidió que aquel día su fama superaría a la de Wei y por eso siguió a la multitud hasta que llegaron a la enorme estancia donde el maestro Wei iba a impartir sus enseñanzas.

El maestro Wei era un hombre mayor y de corra estatura por el cual el samurai sintió de inmediato un gran desprecio y una ira contenido.

Wei empezó a hablar:
- En la vida hay muchas armas poderosas usadas por el hombre y, sin embargo, para mí, la más poderosa de todas es la palabra.
Cuando el samurai escuchó aquello, no pudo contenerse y exclamó en medio de la multitud:
-Sólo un viejo estúpido como tú puede hacer semejante comentario.- Entonces, sacando su katana y agitándola en el aire, prosiguió -:Ésta sí que es un arma poderosa, y no tus estúpidas palabras. 

Entonces Wei, mirándole a los ojos, le contestó:
- Es normal que alguien como tú haya hecho ese comentario, es fácil ver que no eres más que un bastardo, un bruto sin ninguna formación, un ser sin ninguna luces y un absoluto hijo de perra.
Cuando el samurai escuchó aquellas palabras, su rostro enrojeció y con el cuerpo tenso y la mente fuera de sí empezó a acercarse al lugar donde Wei estaba:
- Anciano, despídete de tu vida por hoy llega a su fin.

Entonces, de forma inesperada, Wei empezó a disculparse:
- Perdóname, gran señor, solo soy un hombre mayor y cansado, alguien que por su edad puede tener los más graves de los deslices. ¿Sabrás perdonar con tu corazón noble de guerrero a este tonto que en su locura ha podido agraviarte?.
El samurai se paró en seco y le contestó:
- Naturalmente que sí, noble maestro Wei, acepto sus excusas.
En aquel momento Wei le miró directamente a los ojos y le dijo:
- Amigo mío. dime: ¿son o no poderosas las palabras?.

Mario Alonso Puig en "Reinventarse" (2010)

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