martes, 30 de enero de 2018

Posmodernidad

La postmodernidad asume todo y estetiza todo; es decir, hace todo objeto de una sensación y de una emoción. Todo es bueno, se se lo parece a usted. Todo puede ser objeto de una vivencia estética: las escenas de terror de gamines o niños de la calle asesinados, la ternura de la Madre Teresa de Calcuta ayudando a los enfermos abandonados en las calles a morir dignamente, la limpieza étnica en Kosovo, la violación de mujeres en Bosnia o el salvamento de náufragos en alta mar, serial killer, ópera, canto gregoriano, pornografía, arte clásico, meditación zen y compromiso con las tribus indígenas amenazadas de exterminio. Todo tiene el mismo valor e interés. Todo propicia una vivencia humana, hasta demasiado humana. No Marx sino Nietzsche es el modelo de pensamiento y compromiso.

Lo que resulta de esta situación es la fragmentación de todo, la disolución de cualquier canon, la carnavalización de las cosas más sagradas, la ironización de las grandes convicciones, la permanente crisis de identidad, la renuncia a cualquier profundidad, denunciada como metafísica, como esencialismo, y la destrucción de las razones para todo compromiso fundamental. Desaparece el horizonte utópico, sin el que ninguna sociedad puede vivir y ningún compromiso humano consigue tener base de sustentación y significado.

En este sentido, la postmodernidad debe ser vista, más que como una nueva fase de la historia, como una actitud del espíritu en contexto de crisis y de ocultamiento de todas las referencias. Sólo quedan las autorreferencias personales del individuo encerrado en sí mismo.

Leonardo Boff (La Voz del Arcoiris, 2003)

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